18/04/2024
05:22 PM

El Mundial de fútbol más caro decepciona a los brasileños

La inversión total prevista en estadios ha subido mientras que los proyectos de transporte público han sido recortados.

Río de Janeiro, Brasil.

No hace mucho tiempo, Tarcisio Montei­ro estaba tan obsesionado con el Mundial que compró una copa de plástico del torneo para su habi­tación en un barrio pobre de Rio de Janeiro. Ahora que Brasil es el anfitrión del evento se unió a las manifestaciones masivas en contra del evento.

“Mire cuantos miles de millo­nes se gastaron en la Copa y cuan­to nos tocó a nosotros”, indicó este trabajador de hotel de 38 años, que vive a poca distancia del es­tadio de Maracaná, donde se dis­putará la final del torneo.

La transición de Monteiro de fanático del Mundial a manifes­tante subraya la ola de decepción que ha azotado a Brasil antes del evento que empieza el 12 de junio. Tal amargura antes era inimagi­nable. La pasión por el Mundial es tan honda en Brasil —que ha ganado más Copas que cualquier otro país— que la gente aquí dice que vive en un “país del fútbol”.

Aun así, solo 48% de los brasile­ños dicen ahora que fue una buena idea ser anfitrión, frente a 79% en 2008, según una reciente encuesta de la firma brasileña Datafolha.

La explicación trasciende el deporte. Para muchos brasile­ños, el campeonato se ha conver­tido en un símbolo de la promesa incumplida de un auge económico que debía traducirse en un gran avance para el país. Pero el auge se ha desinflado.

Los US$11.500 millones que costará el Mundial más caro en la historia aunados a una lista de proyectos de cons­trucción inconclusos son recor­datorios diarios de los defectos que según muchos mantienen a Brasil en la pobreza: una buro­cracia abrumadora, corrupción y políticas miopes que priorizan los grandes proyectos por encima de necesidades como el transporte, la educación y la salud.

“Es un insulto, en un país con tantas deficiencias de necesida­des básicas, organizar una Copa de esta manera”, apuntó Alcyr Leme, un gestor de inversiones en São Paulo e hincha del fútbol. Leme tiene buenos recuerdos de ver a Pelé jugar en los años 60, pero planea mirar el Mundial desde su casa. Comprar entradas para los partidos solo consentiría el desperdicio, expresó.

Se han destinado US$3.600 millones de fondos públicos a es­tadios, lo que equivale a la factu­ra de estadios de las dos últimas Copas juntas, y las construcciones siguen sin terminar. Las obras en los aeropuertos, calles y otros pro­yectos de largo plazo que prome­tían beneficiar el desarrollo en Brasil fueron obstaculizados por riñas burocráticas, acusaciones de corrupción y otras trabas.

A solo días del arranque, los estadios están en su mayoría construidos, pero sus alrededores parecen a menudo zonas de construcción.

En Fortaleza, una ciudad po­bre al noreste donde se disputarán seis partidos, se completó el esta­dio Castelão por US$230 millones. Pero los hinchas que llegan al ae­ropuerto de Fortaleza se toparán con una carpa enorme en lugar de una nueva terminal.

Los fiscales federales están investigando si la corrupción jugó un papel en el fra­caso del proyecto de expansión de US$78 millones de la terminal. No muy lejos, el proyecto de un tren ligero para reducir el tráfico no es más que un tramo incompleto de escombros, en medio de disputas sobre propiedad de terrenos.

Hoy en día es de esperarse las disputas sobre costos en cualquier país sede de un evento importante como el Mundial o los Juegos Olímpicos, que Brasil también realizará en 2016. Pero en Brasil, el Mundial se ha con­vertido en un símbolo del acer­tijo económico que ha atormen­tado al país por mucho tiempo: ¿cómo es que una nación con abundantes recursos naturales, como mineral de hierro, soya y petróleo, siga siendo pobre?

“El país del fútbol está reaccio­nando al desperdicio, los proyec­tos inconclusos de infraestructu­ra, las acusaciones de corrupción, la baja calidad de las escuelas y los hospitales, el mal uso de los recur­sos”, anotó Mailson da Nóbrega, ex ministro de Hacienda que ahora dirige el centro de estudios econó­micos Tendências en São Paulo.

Como se darán cuenta los vi­sitantes del Mundial, los brasile­ños están molestos con la organi­zación de la Copa por sus líderes, no con la selección nacional o el torneo en sí, los cuales en Brasil son reverenciados con algo cerca­no a la devoción religiosa. Una vez que comienza el torneo, se prevé que muchos negocios y escuelas cierren conforme el país se sumer­ge en el ruidoso fervor por la se­lección, o Seleçao.

Pero la consternación del público en torno al desperdicio que se percibe es tan profunda que este es el primer Mundial en que hay preocupaciones por posibles grandes protestas. En junio de 2013, durante la Copa Confederaciones, un millón de brasileños marcharon para de­nunciar problemas que, a su jui­cio, debían de recibir más aten­ción que los estadios, como por ejemplo las carencias del trans­porte público, los colegios deca­dentes y los hospitales.

Fuera de los partidos, la poli­cía utilizó gas lacrimógeno contra las manifestantes que sostenían letreros que rezaban “Queremos escuelas con estándares FIFA.

El apoyo a las grandes protes­tas disminuyó después de que al­gunas se volvieron violentas y un camarógrafo de televisión murió cubriendo una de ellas. De todos modos, Brasil está enviando una fuerza de seguridad de 157.000 efectivos para contener grupos más pequeños que prometen per­turbar el torneo.

Pero es más difícil aplazar a los críticos, entre quienes se cuentan estrellas del fútbol brasileño que se desilusionaron después de actuar como embaja­dores oficiales de la Copa, como Ronaldo, que ganó dos veces el trofeo y mantiene el récord de goles en la misma, y Romario, la estrella del Mundial de 1994.

Se ha convertido en un dolor de cabeza para la presidenta Dil­ma Rousseff, que busca un segun­do término en las elecciones de octubre. Los analistas previeron que la Copa lanzaría una campa­ña de reelección presentándola como una líder eficiente. En cam­bio, Rousseff adoptará un papel discreto en el Mundial y decidió no hablar en el partido de inau­guración en São Paulo. Los ana­listas políticos dicen que quiere evitar el abucheo.

El gobierno sostiene que pro­yectos como los aeropuertos con el tiempo serán terminados y ofre­cerán beneficios a largo plazo. Brasil estima que la Copa genera­rá unos 380.000 empleos y atraerá a 600.000 turistas extranjeros. Se prevé que el evento inyecte unos US$11.100 millones en publicidad, aerolíneas, hoteles y otros gastos en la economía.

Pero los empleos son generalmente temporales y, según predice Moody’s Investors Service, el impacto en la economía de Brasil, de US$2,2 billones (mi­llones de millones), será leve.

Rousseff ha tenido que com­petir con severas declaraciones del alto oficial de la FIFA Jerôme Valcke, que calificó de un “infier­no” trabajar con la burocracia de Brasil y reconoció que “quizás ha­brá cosas que no estarán del todo listas al inicio del Mundial”.

Además, los críticos dicen que Brasil intentó hacer dema­siado. La Copa se llevará a cabo en 12 ciudades a pesar de que la FIFA solamente pidió ocho. La idea era distribuir los beneficios por todo el país.