Río de Janeiro, Brasil.
No hace mucho tiempo, Tarcisio Monteiro estaba tan obsesionado con el Mundial que compró una copa de plástico del torneo para su habitación en un barrio pobre de Rio de Janeiro. Ahora que Brasil es el anfitrión del evento se unió a las manifestaciones masivas en contra del evento.
“Mire cuantos miles de millones se gastaron en la Copa y cuanto nos tocó a nosotros”, indicó este trabajador de hotel de 38 años, que vive a poca distancia del estadio de Maracaná, donde se disputará la final del torneo.
La transición de Monteiro de fanático del Mundial a manifestante subraya la ola de decepción que ha azotado a Brasil antes del evento que empieza el 12 de junio. Tal amargura antes era inimaginable. La pasión por el Mundial es tan honda en Brasil —que ha ganado más Copas que cualquier otro país— que la gente aquí dice que vive en un “país del fútbol”.
Aun así, solo 48% de los brasileños dicen ahora que fue una buena idea ser anfitrión, frente a 79% en 2008, según una reciente encuesta de la firma brasileña Datafolha.
La explicación trasciende el deporte. Para muchos brasileños, el campeonato se ha convertido en un símbolo de la promesa incumplida de un auge económico que debía traducirse en un gran avance para el país. Pero el auge se ha desinflado.
Los US$11.500 millones que costará el Mundial más caro en la historia aunados a una lista de proyectos de construcción inconclusos son recordatorios diarios de los defectos que según muchos mantienen a Brasil en la pobreza: una burocracia abrumadora, corrupción y políticas miopes que priorizan los grandes proyectos por encima de necesidades como el transporte, la educación y la salud.
“Es un insulto, en un país con tantas deficiencias de necesidades básicas, organizar una Copa de esta manera”, apuntó Alcyr Leme, un gestor de inversiones en São Paulo e hincha del fútbol. Leme tiene buenos recuerdos de ver a Pelé jugar en los años 60, pero planea mirar el Mundial desde su casa. Comprar entradas para los partidos solo consentiría el desperdicio, expresó.
Se han destinado US$3.600 millones de fondos públicos a estadios, lo que equivale a la factura de estadios de las dos últimas Copas juntas, y las construcciones siguen sin terminar. Las obras en los aeropuertos, calles y otros proyectos de largo plazo que prometían beneficiar el desarrollo en Brasil fueron obstaculizados por riñas burocráticas, acusaciones de corrupción y otras trabas.
A solo días del arranque, los estadios están en su mayoría construidos, pero sus alrededores parecen a menudo zonas de construcción.
En Fortaleza, una ciudad pobre al noreste donde se disputarán seis partidos, se completó el estadio Castelão por US$230 millones. Pero los hinchas que llegan al aeropuerto de Fortaleza se toparán con una carpa enorme en lugar de una nueva terminal.
Los fiscales federales están investigando si la corrupción jugó un papel en el fracaso del proyecto de expansión de US$78 millones de la terminal. No muy lejos, el proyecto de un tren ligero para reducir el tráfico no es más que un tramo incompleto de escombros, en medio de disputas sobre propiedad de terrenos.
Hoy en día es de esperarse las disputas sobre costos en cualquier país sede de un evento importante como el Mundial o los Juegos Olímpicos, que Brasil también realizará en 2016. Pero en Brasil, el Mundial se ha convertido en un símbolo del acertijo económico que ha atormentado al país por mucho tiempo: ¿cómo es que una nación con abundantes recursos naturales, como mineral de hierro, soya y petróleo, siga siendo pobre?
“El país del fútbol está reaccionando al desperdicio, los proyectos inconclusos de infraestructura, las acusaciones de corrupción, la baja calidad de las escuelas y los hospitales, el mal uso de los recursos”, anotó Mailson da Nóbrega, ex ministro de Hacienda que ahora dirige el centro de estudios económicos Tendências en São Paulo.
Como se darán cuenta los visitantes del Mundial, los brasileños están molestos con la organización de la Copa por sus líderes, no con la selección nacional o el torneo en sí, los cuales en Brasil son reverenciados con algo cercano a la devoción religiosa. Una vez que comienza el torneo, se prevé que muchos negocios y escuelas cierren conforme el país se sumerge en el ruidoso fervor por la selección, o Seleçao.
Pero la consternación del público en torno al desperdicio que se percibe es tan profunda que este es el primer Mundial en que hay preocupaciones por posibles grandes protestas. En junio de 2013, durante la Copa Confederaciones, un millón de brasileños marcharon para denunciar problemas que, a su juicio, debían de recibir más atención que los estadios, como por ejemplo las carencias del transporte público, los colegios decadentes y los hospitales.
Fuera de los partidos, la policía utilizó gas lacrimógeno contra las manifestantes que sostenían letreros que rezaban “Queremos escuelas con estándares FIFA.
El apoyo a las grandes protestas disminuyó después de que algunas se volvieron violentas y un camarógrafo de televisión murió cubriendo una de ellas. De todos modos, Brasil está enviando una fuerza de seguridad de 157.000 efectivos para contener grupos más pequeños que prometen perturbar el torneo.
Pero es más difícil aplazar a los críticos, entre quienes se cuentan estrellas del fútbol brasileño que se desilusionaron después de actuar como embajadores oficiales de la Copa, como Ronaldo, que ganó dos veces el trofeo y mantiene el récord de goles en la misma, y Romario, la estrella del Mundial de 1994.
Se ha convertido en un dolor de cabeza para la presidenta Dilma Rousseff, que busca un segundo término en las elecciones de octubre. Los analistas previeron que la Copa lanzaría una campaña de reelección presentándola como una líder eficiente. En cambio, Rousseff adoptará un papel discreto en el Mundial y decidió no hablar en el partido de inauguración en São Paulo. Los analistas políticos dicen que quiere evitar el abucheo.
El gobierno sostiene que proyectos como los aeropuertos con el tiempo serán terminados y ofrecerán beneficios a largo plazo. Brasil estima que la Copa generará unos 380.000 empleos y atraerá a 600.000 turistas extranjeros. Se prevé que el evento inyecte unos US$11.100 millones en publicidad, aerolíneas, hoteles y otros gastos en la economía.
Pero los empleos son generalmente temporales y, según predice Moody’s Investors Service, el impacto en la economía de Brasil, de US$2,2 billones (millones de millones), será leve.
Rousseff ha tenido que competir con severas declaraciones del alto oficial de la FIFA Jerôme Valcke, que calificó de un “infierno” trabajar con la burocracia de Brasil y reconoció que “quizás habrá cosas que no estarán del todo listas al inicio del Mundial”.
Además, los críticos dicen que Brasil intentó hacer demasiado. La Copa se llevará a cabo en 12 ciudades a pesar de que la FIFA solamente pidió ocho. La idea era distribuir los beneficios por todo el país.
No hace mucho tiempo, Tarcisio Monteiro estaba tan obsesionado con el Mundial que compró una copa de plástico del torneo para su habitación en un barrio pobre de Rio de Janeiro. Ahora que Brasil es el anfitrión del evento se unió a las manifestaciones masivas en contra del evento.
“Mire cuantos miles de millones se gastaron en la Copa y cuanto nos tocó a nosotros”, indicó este trabajador de hotel de 38 años, que vive a poca distancia del estadio de Maracaná, donde se disputará la final del torneo.
La transición de Monteiro de fanático del Mundial a manifestante subraya la ola de decepción que ha azotado a Brasil antes del evento que empieza el 12 de junio. Tal amargura antes era inimaginable. La pasión por el Mundial es tan honda en Brasil —que ha ganado más Copas que cualquier otro país— que la gente aquí dice que vive en un “país del fútbol”.
Aun así, solo 48% de los brasileños dicen ahora que fue una buena idea ser anfitrión, frente a 79% en 2008, según una reciente encuesta de la firma brasileña Datafolha.
La explicación trasciende el deporte. Para muchos brasileños, el campeonato se ha convertido en un símbolo de la promesa incumplida de un auge económico que debía traducirse en un gran avance para el país. Pero el auge se ha desinflado.
Los US$11.500 millones que costará el Mundial más caro en la historia aunados a una lista de proyectos de construcción inconclusos son recordatorios diarios de los defectos que según muchos mantienen a Brasil en la pobreza: una burocracia abrumadora, corrupción y políticas miopes que priorizan los grandes proyectos por encima de necesidades como el transporte, la educación y la salud.
“Es un insulto, en un país con tantas deficiencias de necesidades básicas, organizar una Copa de esta manera”, apuntó Alcyr Leme, un gestor de inversiones en São Paulo e hincha del fútbol. Leme tiene buenos recuerdos de ver a Pelé jugar en los años 60, pero planea mirar el Mundial desde su casa. Comprar entradas para los partidos solo consentiría el desperdicio, expresó.
Se han destinado US$3.600 millones de fondos públicos a estadios, lo que equivale a la factura de estadios de las dos últimas Copas juntas, y las construcciones siguen sin terminar. Las obras en los aeropuertos, calles y otros proyectos de largo plazo que prometían beneficiar el desarrollo en Brasil fueron obstaculizados por riñas burocráticas, acusaciones de corrupción y otras trabas.
A solo días del arranque, los estadios están en su mayoría construidos, pero sus alrededores parecen a menudo zonas de construcción.
En Fortaleza, una ciudad pobre al noreste donde se disputarán seis partidos, se completó el estadio Castelão por US$230 millones. Pero los hinchas que llegan al aeropuerto de Fortaleza se toparán con una carpa enorme en lugar de una nueva terminal.
Los fiscales federales están investigando si la corrupción jugó un papel en el fracaso del proyecto de expansión de US$78 millones de la terminal. No muy lejos, el proyecto de un tren ligero para reducir el tráfico no es más que un tramo incompleto de escombros, en medio de disputas sobre propiedad de terrenos.
Hoy en día es de esperarse las disputas sobre costos en cualquier país sede de un evento importante como el Mundial o los Juegos Olímpicos, que Brasil también realizará en 2016. Pero en Brasil, el Mundial se ha convertido en un símbolo del acertijo económico que ha atormentado al país por mucho tiempo: ¿cómo es que una nación con abundantes recursos naturales, como mineral de hierro, soya y petróleo, siga siendo pobre?
“El país del fútbol está reaccionando al desperdicio, los proyectos inconclusos de infraestructura, las acusaciones de corrupción, la baja calidad de las escuelas y los hospitales, el mal uso de los recursos”, anotó Mailson da Nóbrega, ex ministro de Hacienda que ahora dirige el centro de estudios económicos Tendências en São Paulo.
Como se darán cuenta los visitantes del Mundial, los brasileños están molestos con la organización de la Copa por sus líderes, no con la selección nacional o el torneo en sí, los cuales en Brasil son reverenciados con algo cercano a la devoción religiosa. Una vez que comienza el torneo, se prevé que muchos negocios y escuelas cierren conforme el país se sumerge en el ruidoso fervor por la selección, o Seleçao.
Pero la consternación del público en torno al desperdicio que se percibe es tan profunda que este es el primer Mundial en que hay preocupaciones por posibles grandes protestas. En junio de 2013, durante la Copa Confederaciones, un millón de brasileños marcharon para denunciar problemas que, a su juicio, debían de recibir más atención que los estadios, como por ejemplo las carencias del transporte público, los colegios decadentes y los hospitales.
Fuera de los partidos, la policía utilizó gas lacrimógeno contra las manifestantes que sostenían letreros que rezaban “Queremos escuelas con estándares FIFA.
El apoyo a las grandes protestas disminuyó después de que algunas se volvieron violentas y un camarógrafo de televisión murió cubriendo una de ellas. De todos modos, Brasil está enviando una fuerza de seguridad de 157.000 efectivos para contener grupos más pequeños que prometen perturbar el torneo.
Pero es más difícil aplazar a los críticos, entre quienes se cuentan estrellas del fútbol brasileño que se desilusionaron después de actuar como embajadores oficiales de la Copa, como Ronaldo, que ganó dos veces el trofeo y mantiene el récord de goles en la misma, y Romario, la estrella del Mundial de 1994.
Se ha convertido en un dolor de cabeza para la presidenta Dilma Rousseff, que busca un segundo término en las elecciones de octubre. Los analistas previeron que la Copa lanzaría una campaña de reelección presentándola como una líder eficiente. En cambio, Rousseff adoptará un papel discreto en el Mundial y decidió no hablar en el partido de inauguración en São Paulo. Los analistas políticos dicen que quiere evitar el abucheo.
El gobierno sostiene que proyectos como los aeropuertos con el tiempo serán terminados y ofrecerán beneficios a largo plazo. Brasil estima que la Copa generará unos 380.000 empleos y atraerá a 600.000 turistas extranjeros. Se prevé que el evento inyecte unos US$11.100 millones en publicidad, aerolíneas, hoteles y otros gastos en la economía.
Pero los empleos son generalmente temporales y, según predice Moody’s Investors Service, el impacto en la economía de Brasil, de US$2,2 billones (millones de millones), será leve.
Rousseff ha tenido que competir con severas declaraciones del alto oficial de la FIFA Jerôme Valcke, que calificó de un “infierno” trabajar con la burocracia de Brasil y reconoció que “quizás habrá cosas que no estarán del todo listas al inicio del Mundial”.
Además, los críticos dicen que Brasil intentó hacer demasiado. La Copa se llevará a cabo en 12 ciudades a pesar de que la FIFA solamente pidió ocho. La idea era distribuir los beneficios por todo el país.