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Cómo identifican los restos de los inmigrantes

  • 14 octubre 2014 /

En años recientes, el sur de Texas se ha vuelto uno de los puntos de cruce más activos y letales para los inmigrantes.

Waco, Texas, Estados Unidos.

Durante meses, Lori Baker ha estado examinando los restos de 171 seres humanos en su laboratorio de la Universidad de Baylor, con la esperanza de descu­brir quién es cada uno. Hasta ahora, la antropóloga forense ha identifica­do solamente a tres.

Baker, de 44 años, forma parte de un grupo de científicos voluntarios y activistas a favor de los derechos de los inmigrantes que están ayu­dando a las autoridades del conda­do de Brooks a identificar a decenas de personas que mueren cada año en los matorrales del sur de Texas al intentar cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.

Es una tarea difícil para Baker, profesora adjunta de antropología en Baylor que dedica sus horas li­bres al proyecto. El único material con el que cuenta para la investi­gación son restos incompletos: a menudo huesos carcomidos por coyotes y gatos monteses.

Incluso después de extraer el ADN de los cuerpos, Baker espera que los familiares de los fallecidos, que probablemente viven a cientos de kilómetros en México o Centro­américa, los reporten como desapa­recidos o envíen muestras de su ADN para que ella pueda comparar. Pero a menudo, esto no sucede.

“En ocasiones es deprimente y agobiante”, apuntó Baker, que ha estado haciendo este trabajo desde principios de la década de 2000.

En años recientes, el sur de Texas se ha vuelto uno de los puntos de cruce más activos y letales para los inmigrantes. Desde octubre de 2013 al pasado agosto, más de 100 personas fueron halladas muertas en el Valle del Río Grande, una cifra menor a las 149 personas registra­das durante el mismo período del año previo, pero aun así el mayor número a lo largo de la frontera del suroeste estadounidense.

La mayoría murió en el conda­do de Brooks, unos 130 kilómetros al norte de México, que es parte de una ruta muy utilizada por inmi­grantes que intentan evadir el con­trol fronterizo.

Hasta hace poco, la mayoría de los restos encontrados en el conda­do, uno de los más pobres de Texas, estaba enterrada en tumbas sin nombre. Ahora, gracias a un sub­sidio del estado de US$150.000, las autoridades de Brooks están en­viando cuerpos al condado cercano de Webb para que sean analizados debido a que no cuenta con un mé­dico forense propio.

Baker ha asumido la desagra­dable tarea de identificar aquellos restos que han estado enterrados. En junio, la investigadora y un gru­po de estudiantes y antropólogos de Baylor y la Universidad de India­nápolis desenterraron 54 cadáve­res de un cementerio en Falfurrias, ciudad ubicada en el condado de Brooks, en donde las autoridades locales los habían enterrado. En 2013, extrajeron otros 70 restos del mismo cementerio.

Los trabajadores, todos volun­tarios, han gastado alrededor de US$75.000 de su propio dinero en transporte, alojamiento y equipos para realizar las exhumaciones. “No tengo palabras para expresar lo agradecido que este departamento está” con los voluntarios, anotó Ben­ny Martínez, el ayudante principal del sheriff del condado de Brooks.

Eddie Canales, un organizador en el Centro de Derechos Humanos del Sur de Texas, una organización sin fines de lucro con sede en Fal­furrias, a menudo se comunica con familias que sospechan que un ser querido murió en la zona mientras intentaba cruzar a EE.UU. Canales actúa como investigador y traduc­tor, ayudándoles a determinar el lu­gar aproximado en que sus familia­res desaparecieron.

En su laboratorio en Baylor, Baker está haciendo su parte para ayudar. Durante una tarde reciente, un esqueleto casi completo, algo in­usual, se encontraba extendido so­bre una mesa de acero inoxidable. A su lado había una bolsa de plás­tico grande con una tira gruesa de cabello castaño oscuro y un paquete de aluminio con dos pastillas Dolac, una medicina para el dolor.

Desafortunadamente, dijo, no tiene prendas de vestir para com­parar con la ropa que ha sido re­portada de personas que han des­aparecido en la travesía.

Usando guantes de látex, Baker levantó con delicadeza un cráneo de un cojín en donde yacía para evi­tar ser dañado.
Los rasgos del cráneo, caracterís­ticos de personas de ascendencia in­dígena, europea y africana, sugerían que el individuo provenía de Améri­ca Latina. La porosidad de los hue­sos del fémur reflejaba desnutrición. Era probablemente una mujer, con­jeturó Baker, dado el amplio ángulo en un punto en la cadera. Más tarde extraería una tajada fina del hueso para obtener el ADN y estudiar la concentración de los distintos ele­mentos, una indicación potencial del lugar en que vivió la persona. Inclu­so después del detallado análisis, las probabilidades de que Baker identi­fique los restos son pequeñas.

La investigadora ingresa sus hallazgos en una base de datos, el Sistema Nacional de Personas Des­aparecidas y No Identificadas, que compara a los restos con personas reportadas desaparecidas. Sin em­bargo, es difícil identificar a los in­dividuos ya que sus familiares en América Latina no pueden realizar de manera fácil un reporte de per­sonas desaparecidas en EE.UU., ni siquiera electrónicamente.

Baker negoció un acuerdo para comparar el contenido de su base de datos, financiada por el Institu­to Nacional de Justicia, con las lis­tas compiladas por las autoridades mexicanas de inmigrantes que ha­brían desaparecido cerca de la fron­tera, un cambio que ella piensa po­dría mejorar enormemente el nivel de identificación.

Audrey Murchland, una estu­diante universitaria de antropolo­gía que ha estado ayudando a Baker, anotó que a veces se toma descansos para llorar. Pero dice que sigue ade­lante porque darles la información final a las familias vale la pena. “Sig­nifica mucho para la gente recuperar a sus seres queridos”, expresó.