San Juan, Puerto Rico.
Son las siete manzanas más antiguas de la isla caribeña, donde se fundó la ciudad hace más de 500 años. Conocida como el Viejo San Juan, la zona destaca por sus casonas de colores, que datan de los siglos 16 y 17, perfectamente conservadas, y por su piso adoquinado.
Hay que bajar la vista para percatarse de que tiene una tonalidad azul, y ser curioso para conocer su posible origen. La historiadora Aída Caro, una de las profesoras eméritas de la Universidad de Puerto Rico, después de años de investigación, aseguró que los adoquines fueron traídos de Liverpool en 1890.
Aunque, entre algunos boricuas existe la idea de que, cuando la isla fue colonia española, se encargaron cañones a Sevilla para el Castillo de San Felipe del Morro; se dice que el acero que quedó en los hornos se utilizó para cubrir los adoquines. De ahí su color y durabilidad.
Lo cierto es que embellecen al Viejo San Juan, que se deja recorrer a pie: caminar de una punta a otra no lleva más de 20 minutos. En la ruta aparecen estrechas calles y balcones, desde los que se alcanza a ver el Atlántico. Y también, edificios con mucha historia.
La Catedral Metropolitana de San Juan Bautista es uno de los atractivos del paseo. De estilo neoclásico, construida hace más de 400 años, aquí yacen los restos del explorador Juan Ponce de León.
Su tumba de mármol se encuentra a unos metros del altar mayor. Es famosa porque muestra a la Reina Isabel la Católica besando el ataúd. De acuerdo con algunos guías de turistas, este detalle habla de un posible amorío entre el conquistador
y la soberana.
Junto, se encuentra una urna de cristal. A simple vista lo que guarda parecería una estatua, pero en realidad son los restos de San Pío, uno de los primeros mártires de la persecución romana. La figura lleva encima una capa de cera que simula el aspecto de San Pío al momento de fallecer (un detalle: si se mira la boca se pueden distinguir los dientes).
Sucede que, en 1848, el obispo Mariano Rodríguez visitó El Vaticano y pidió tener en Puerto Rico algún tipo de reliquia religiosa, así que le permitieron llevarse al mártir. Para que los restos pudieran soportar el viaje y se conservaran por años, se quedaron en Barcelona, donde se acondicionarían.
Sin embargo, la labor de conservación duró años, el obispo regresó a Puerto Rico, murió, y tuvieron que pasar dos décadas más para que uno de sus sucesores, Benigno Carrión, los recuperara.
Enfrente de la catedral está uno de los hoteles más famosos de la urbe, El Convento, que, como su nombre lo indica, albergó un monasterio carmelita en el siglo 17.
Desde hace de cinco décadas recibe huéspedes. De noche, en sus patios se escucha el canto de las ranas y los grillos. Se antoja tener más tiempo para encontrar esos pequeñas historias boricuas que, irremediablemente, seducen al viajero.
O planear otro viaje, y otro, y otro. En el Viejo San Juan siempre habrá algo nuevo que descubrir.
Son las siete manzanas más antiguas de la isla caribeña, donde se fundó la ciudad hace más de 500 años. Conocida como el Viejo San Juan, la zona destaca por sus casonas de colores, que datan de los siglos 16 y 17, perfectamente conservadas, y por su piso adoquinado.
Hay que bajar la vista para percatarse de que tiene una tonalidad azul, y ser curioso para conocer su posible origen. La historiadora Aída Caro, una de las profesoras eméritas de la Universidad de Puerto Rico, después de años de investigación, aseguró que los adoquines fueron traídos de Liverpool en 1890.
Aunque, entre algunos boricuas existe la idea de que, cuando la isla fue colonia española, se encargaron cañones a Sevilla para el Castillo de San Felipe del Morro; se dice que el acero que quedó en los hornos se utilizó para cubrir los adoquines. De ahí su color y durabilidad.
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Lo cierto es que embellecen al Viejo San Juan, que se deja recorrer a pie: caminar de una punta a otra no lleva más de 20 minutos. En la ruta aparecen estrechas calles y balcones, desde los que se alcanza a ver el Atlántico. Y también, edificios con mucha historia.
La Catedral Metropolitana de San Juan Bautista es uno de los atractivos del paseo. De estilo neoclásico, construida hace más de 400 años, aquí yacen los restos del explorador Juan Ponce de León.
Su tumba de mármol se encuentra a unos metros del altar mayor. Es famosa porque muestra a la Reina Isabel la Católica besando el ataúd. De acuerdo con algunos guías de turistas, este detalle habla de un posible amorío entre el conquistador
y la soberana.
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Junto, se encuentra una urna de cristal. A simple vista lo que guarda parecería una estatua, pero en realidad son los restos de San Pío, uno de los primeros mártires de la persecución romana. La figura lleva encima una capa de cera que simula el aspecto de San Pío al momento de fallecer (un detalle: si se mira la boca se pueden distinguir los dientes).
Sucede que, en 1848, el obispo Mariano Rodríguez visitó El Vaticano y pidió tener en Puerto Rico algún tipo de reliquia religiosa, así que le permitieron llevarse al mártir. Para que los restos pudieran soportar el viaje y se conservaran por años, se quedaron en Barcelona, donde se acondicionarían.
Sin embargo, la labor de conservación duró años, el obispo regresó a Puerto Rico, murió, y tuvieron que pasar dos décadas más para que uno de sus sucesores, Benigno Carrión, los recuperara.
Enfrente de la catedral está uno de los hoteles más famosos de la urbe, El Convento, que, como su nombre lo indica, albergó un monasterio carmelita en el siglo 17.
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Desde hace de cinco décadas recibe huéspedes. De noche, en sus patios se escucha el canto de las ranas y los grillos. Se antoja tener más tiempo para encontrar esos pequeñas historias boricuas que, irremediablemente, seducen al viajero.
O planear otro viaje, y otro, y otro. En el Viejo San Juan siempre habrá algo nuevo que descubrir.