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Se fue el colocho al ritmo de su tarola

  • 26 julio 2015 /

El asesinato del universitario Carlos Cobos llenó de luto al barrio Barandillas.

San Pedro Sula, Honduras

De su madre se dejaba apapachar como ella quisiera, pero no permitía que su padre le tocara la barba cuando este quería juguetear con él.

Por eso cuando Carlos Cobos estaba dentro de su caja mortuoria, don Iván Cobos, en medio de su dolor, lo tomó de los pelos crecidos de su cara y le dijo: “Ahora sí te agarré la barba”.

El impulso de acariciarlo de esa forma tan brusca surgió mientras lloraba como un niño, viéndolo barbado y vestido con el uniforme que lucía cuando era integrante de la banda marcial del Instituto Las Vegas.

Cuando el muchacho de 21 años murió era estudiante de Ingeniería Eléctrica. Fue ultimado a una cuadra de su casa del barrio Barandillas la madrugada del pasado 16 de julio cuando regresaba a pie de visitar a un amigo. Su madre Zenaida de Cobos escuchó los disparos desde la segunda planta de su casa, pero no atinaba a adivinar de dónde provenían.

Desde ese momento no pudo conciliar el sueño. Trató de comunicarse con él por el celular, pero no contestó. De repente vio un whatsapp en el que aparecía el muchacho en una fiesta y el mensaje “Madre, estoy bailando”. Ella se alegró, pero resulta que el mensaje se lo había enviado desde el sábado anterior y ella no lo había visto hasta ese momento.

Al rato se asomó al balcón y al ver una patrulla de la Policía en la calle y gente alborotada despertó a su hijo mayor para que fuera a ver qué pasaba. Fue entonces cuando se enteraron de la tragedia. “A los 15 metros lo reconocí y cuando me acerqué solo me agaché y me llevé las manos a la cabeza. Un hilo de sangre salía de su nariz y otro del cuello”, dijo José Iván, su hermano mayor.

Era el líder de los instrumentos de percusión de la banda del Instituto Las Vegas.

Sueño incumplido

El día antes de su muerte, Carlos pasó la tarde con su novia Cindy, con quien había hecho planes de casarse cuando la madre de ella, que vive en España, viniera por sus dos hermanas menores.

“Por fuerza nos vamos a casar porque Cindy no se puede quedar sola”, le decía a la suegra por teléfono con su característico sentido de buen humor.

Se fue de la casa de Cindy como a las cuatro y media porque se sentía mal del estómago y por la noche estuvo viendo con su padre el partido entre México y Trinidad y Tobago, pues era gran aficionado al fútbol.

Era la última vez que estuvieron juntos, pues al terminar el juego se fue con su amigo Júnior y cuando regresaba solo por las calles solitarias fue atacado a tiros por unos individuos que se conducían en un vehículo Kia Sephia blanco.

Con Júnior estuvieron platicando sobre un viaje que harían con la banda a Guatemala en los próximos días. Esperaban ganarse otro trofeo, como ya lo habían logrado en una competencia en ese mismo país el año pasado.

Aunque ya no estaba en el colegio, Carlos solía tocar con sus excompañeros en ocasiones especiales como esa.

De vez en cuando le ayudaba a su padre en el negocio de distribución de gas volátil que tiene en su casa a cambio de una paga. Sin embargo, nunca aceptó los 500 lempiras que le ofrecía el papá con la condición de que se cortara el pelo, que tenía como nido de oropéndolas. Por eso sus amigos le pusieron Colocho.

Su tía Paty Argüello le decía: “No pases por las calles donde hay zanates porque se van a anidar en tu cabeza”. él solamente se reía.

Ante tantas críticas, lo único que hizo fue disminuirse la cabellera con vaselina para tomarse la foto que presentó en la embajada cuando le dieron la visa para que fuera a pasear a Estados Unidos, pero la muerte se la canceló.

Como no tenía un trabajo fijo, solía chantajear a su madre pidiéndole 100 lempiras cada vez que lo acariciaba, según comenta ella entre sonrisas surgidas después del llanto.

Como ya lo conocía, cada que se le acercaba con algún pretexto, la mamá se le adelantaba diciendo: “Pisto no tengo”, aunque al final terminaba satisfaciendo sus caprichos al no resistir la magia de su labia.

Se fue el colocho al ritmo de su tarola

Familiares y amigos se fundieron en un abrazo en el sepelio.

Sepelio

Sus excompañeros de la banda del Instituto Las Vegas lo acompañaron al cementerio haciendo llorar sus trompetas y tronar sus tambores como él lo hacía.

Abriéndose paso con sus instrumentos le hicieron valla al cortejo fúnebre cuando entró al camposanto, donde ejecutaron las melodías que a él emocionaban, como el rock Toxicity.

De repente se apagaron las trompetas dejando oír el llanto de la gente que se congregó alrededor de la carpa, donde las plegarias se fundieron con los discursos de despedida.

Cuando llegó el momento de entregar el cuerpo al seno de la tierra, uno de los integrantes de la banda comenzó a tocar con furia la tarola que tocaba Carlos, al tiempo que decía llorando: “Así me enseñaste, Colocho, así me enseñaste”.

Se fue el colocho al ritmo de su tarola

Sus compañeros no pudieron contener las lágrimas.