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'Doctor de los pobres' atendía hasta de gratis

  • 13 julio 2015 /

La Policía ha establecido disputas familiares como hipótesis de la muerte.

San Pedro Sula, Honduras.

En cuclillas a la orilla de la fosa con una rosa amarilla en las manos, el joven Luis Fernando veía descender lentamente el féretro de su padre William Falconery Turcios en el cementerio Jardines del Recuerdo. El ardiente sol del mediodía estuvo opacado hasta que el catafalco con la bandera del equipo Real España que lo cubría tocó el fondo de la cavidad, como si el astro rey se hubiese compadecido de los dolientes.

Entonces, Luis Fernando lanzó su flor, seguido por otros hijos y familiares del fallecido “doctor de los pobres”, que hicieron lo mismo.

Al entregar los restos al seno de la tierra, el joven de 22 años compartió con los dolientes recuerdos de su niñez con su padre, como cuando lo llevaba a sus giras políticas y lo hacía alternar con los mayores. “Estuve con él en largas luchas y buenos momentos”, dijo.

En el sepelio no estaban todos los amigos del galeno porque muchos esperaban que fuera velado en una funeraria, pero solamente permaneció unos momentos en la iglesia mormona de la colonia Fesitranh y luego fue llevado al lugar de descanso eterno.

Ana Yadira García, una de sus excompañeras de hogar, apenas llegó a tiempo de Estados Unidos para verlo por última vez. Con él procreó a William, ángelica y Carolina, quienes ahora tienen 7, 11 y 16 años, respectivamente.

Foto: La Prensa

Sensible: Era amante de los animales. Aquí con su mascota favorita. Sus amigos, consternados sobre el ataúd la bandera del España.

Después de secar las lágrimas que le rodaban por las mejillas sonrosadas recordó sus años de noviazgo con el médico graduado en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, a quien conoció cuando llegó a su consultorio con una hermana suya que necesitaba tratamiento. Por ese tiempo, el doctor William tenía su consultorio en la Clínica Popular en el barrio Medina.

Se separaron después de que él fue víctima de un frustrado secuestro y ella tuvo que irse con sus hijos a Estados Unidos por temor a las repercusiones.

El doctor William fue sorprendido por dos sujetos que le dispararon cuando regaba las plantas en el patio de su Centro Médico Berlín, que también le servía de residencia.

A pesar de haber sido un hombre prolífico, vivía solo con sus mascotas en ese inmueble de la colonia Berlín, visitado casi siempre por pacientes pobres, a muchos de los cuales no les cobraba la consulta. Por eso, algunos de los asistentes al sepelio se preguntaban por qué lo mataron si era tan querido.

Todos sus amigos tienen una historia que contar. A María Rosa Portillo, quien tiene un negocio cerca del mercado Medina, le decía: “Mándeme a toda esa gente del mercado que necesite tratamiento para atenderla, si es posible gratis”.

La tarde del lunes, cuando lo mataron, ya no había pacientes en la pequeña clínica; solo estaba afuera el vigilante, quien terminó con basca a causa de los nervios que le provocó ver a su jefe tirado frente al portón de la entrada para carros, después de la balacera.

Los detectives encontraron seis casquillos de pistola nueve milímetros en la escena, pero el médico forense reportó al menos ocho heridas de bala en el cuerpo de la víctima. Eso hace suponer que los asesinos usaron también un revólver que no tira los cartuchos vacíos.

Foto: La Prensa

Ana Yadira llegó de EUA a verlo por última vez. Al fondo su última compañera.

“Jamás dejó de atender a un paciente. Siempre que lo llamaban estaba atento para dar las consultas. Cobraba 50 lempiras por paciente, pero si eran muy pobres, no les cobraba nada y hasta les daba gratis las medicinas”, expresó una vecina del lugar.

Otra amiga que tiene un puesto de baleadas casi frente al consultorio refirió que el doctor a veces no salía de su clínica ni para comer. A su negocio mandaba a comprar, con el vigilante, las tortillas con quesillo, que eran sus preferidas, dijo.

De vez en cuando se le veía paseando con sus perros por la avenida o deslizándose en patines por el pavimento, un deporte que practicaba con su hermano Dorian desde que eran chavos y vivían en la colonia Fesitranh.

Foto: La Prensa

En esta casa donde vivía solo fue acribillado el galeno.

Aparte de deportista fue amante de la buena música. Hasta gritaba de la emoción cuando escuchaba a Andrea Bocelli cantando “Volaré por ti”, comentó el joven Fabián Abudoy, quien solía llegar a su consultorio a darles de comer a sus loros.

Otras de sus melodías favoritas eran New York, New York y My Way de Frank Sinatra que solía cantar cuando en noches de bohemia llegaba a La Mesa de Oro, un popular karaoke del barrio Medina.

Al dueño del negocio, Héctor Abudoy, lo conoció el médico cuando atendió a su madre enferma de cáncer. Por esa labor servicial se hizo de muchos amigos quienes al enterarse de su muerte derramaron lágrimas de indignación y cariño.