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Juan Carlos: el niño que salió a buscar agua y no regresó

  • 29 junio 2015 /

El pequeño Juan Carlos Fiallos es otra víctima de la delincuencia contra los menores de edad.

Choloma, Cortés.

En los brazos presentaba las secuelas que le dejó una quemadura cuando tenía tres años, por eso en la escuela donde cursaba el tercer grado lo llamaban cariñosamente el Quemadito.

A raíz de aquel percance, Juan Carlos Fiallos sufrió un trauma que le impedía hablar normalmente y asimilar fácilmente los conocimientos que le impartían sus mentores.

Su maestro Josué Turcios no lo volverá a nombrar cuando pase lista porque el pasado domingo el niño cariñoso y obediente fue encontrado vilmente asesinado en un sector “caliente” de Choloma.

El sábado, cuando desapareció de su casa en la colonia La Primavera, su madre Albertina Fiallos anduvo desesperada buscándolo, primero en el laberinto de la cuartería donde vive y luego en el vecindario.

Se acostó rendida caminando de un lado a otro, preguntando a medio mundo por el cipote que salió a buscar agua y no volvió.

El domingo, cuando continuó la búsqueda, una mujer le dijo a la angustiada madre que allá por la colonia El Chaparro, cerca de un puentecito, la Policía estaba tratando de reconocer el cuerpo sin vida de una persona. “Vaya a ver, tal vez es su hijo”, le sugirió.

La tragedia

Doña Albertina cruzó la autopista para llegar a la otra colonia, donde se encontró con el cuadro aterrador. Lo reconoció por la calzoneta azul y una camiseta blanco y azul con que había salido de la casa. Ya estaban allí los forenses examinando el cuerpo.

El pequeño Juan Carlos fue asesinado por un despiadado que primero lo golpeó con un pedazo de concreto en la frente y luego lo estranguló con un lazo.

“Salí llorando como loca”, dijo la madre al recordar el impacto que le causó aquella imagen del menor de sus seis hijos transformado por la muerte.

Después de que el pequeño fue sepultado en medio de la indignación de la gente, una hija mayor fue a sacarla de la casa porque la angustia la estaba matando. No quería abandonar el apartamento que había compartido con el niño que no se metía ni con las hormigas. Pero al fin se fue con su hija bajo un ardiente sol que sonrosaba su piel clara a tomar el bus que las condujo a una colonia de San Pedro Sula. Su hija espera que allí no la siga hiriendo tanto el recuerdo de la tragedia.

La madre no podía irse sin pedir a Dios y las autoridades que se haga justicia en la muerte de su consentido, a quien estaba educando con las limitaciones de su pobreza para que cumpliera sus sueños de estudiar.

El niño contribuía con los ingresos de la casa. Cuando no estaba en clases, iba a un supermercado, cerca del barrio donde residía, a ayudar a los clientes con las bolsas de las compras para ganarse alguna propina.

Niño inquieto

Pese a su leve retardo sacaba un promedio de 70% en la Escuela Marcelino Pineda, donde cursaba el tercer año. “Su llanto era como el de un bebé cuando se le llamaba la atención por su carácter inquieto”, dice la directora de la escuela, María Beatriz Urbina.

No era rebelde, sino más bien obediente y dispuesto a colaborar. Si había que hacer algún trabajo para bien de la clase, se ofrecía a hacerlo, según dijo la maestra. Aunque tenía once años, actuaba como un niño de unos ocho, lo cual ella atribuye al impacto de la quemadura que sufrió cuando vivía con su madre en San Pedro Sula. El pequeño se quemó la cara, el pecho y los brazos al encender una estufa. Un mes estuvo en la sala de quemados del hospital Mario Rivas de San Pedro Sula.

Sus compañeros y maestros lo fueron a despedir al cementerio y rezaron una oración antes de comenzar las clases el pasado lunes.

Su maestro de grado, Josué Turcios, recordó que ese día tenían examen y cuando él preguntó si estaban todos los alumnos, ellos contestaron al unísono: “Solo falta Juan Carlos” .