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La epilepsia lo lanzó al fondo de un pozo

  • 06 septiembre 2015 /

La muerte de Elvin Geovany Lara conmocionó la zona centro de Honduras.

Comayagua, Honduras

El destino le hizo una jugada mortal al adolescente Elvin Geovany Lara. Estaba tratando de sacar agua de un pozo de malacate para su madre en una marginal colonia de Comayagua cuando una de sus convulsiones lo empujó al fondo.

Doña Lucila Lara le había pedido que le extrajera al menos dos cubetas de agua del pozo artesanal, pero él le prometió que sacaría más que eso para que se fuera tranquila a hacer sus mandados al centro de la ciudad.

Ese viernes 21 de agosto, el muchacho había amanecido alegre, lo cual no era común en él, pues la epilepsia que padecía desde muy pequeño le había amargado la vida.

No se escuchó ningún grito del joven de 16 años cuando se perdió en la profundidad del agujero cuando su madre se preparaba para partir a la ciudad; por eso, ella no se dio cuenta en ese momento de que la muerte le estaba arrebatando al menor de sus seis hijos.

Estaba amaneciendo en la colonia 25 de Octubre, en el norte de la histórica ciudad, sin que nada presagiara que la muerte rondaba la humilde vivienda de láminas de zinc.

Dunia Adalid Rodríguez, hermana del infortunado, relató que esa mañana doña Lucila y su hijo se levantaron temprano a tomar café como de costumbre. “Mi mamá le dijo a mi hermano que iría a Comayagua, pero antes les daría de comer a unos perritos de don Joche, el vecino. Cuando ella regresó, no lo vio en la casa. Salió y se percató de que había una chancleta fuera del pozo. Con un mal presentimiento, se asomó para ver el fondo del agujero y vio el pie de su hijo que salía del agua. Desesperada, salió gritándoles a los vecinos para que le ayudaran a sacarlo, pero ya no respondía. Dicen que movía un pie todavía, pero nadie se atrevió a meterse a rescatarlo, relató la hermana.

“Lo que supuestamente pasó es que a mi hermano le pegó un ataque de epilepsia. Esa enfermedad lo hacía ser agresivo, de carácter fuerte, pero ese día amaneció alegre con mi mamá. Mi mami le dijo que sacara dos cubetas de agua y él le respondió que le iba a sacar bastante porque de todas maneras iría a Comayagua”, relató.

A Dunia le avisaron en su casa sobre lo sucedido, pero no pudo llegar al lugar tan pronto porque tiene cuatro niños y no halló con quién dejarlos. Cuando al fin llegó al lugar ya estaban los bomberos sacando del pozo el cuerpo sin vida de su hermano, recordó.

“Realmente, uno no se imagina cómo pudo caber por ese hoyo tan estrecho. él agarraba fuerzas cuando le pegaban los ataques, pero digo que más bien se desmayó y ya no puedo sacar agua porque le pegó eso. Creo que ya traía el tambo lleno porque el mismo mecate lo jaló para adentro”, dedujo.

Elvin Giovanni fue como cualquier otro niño, pero debido a su trastorno cerebral solo pudo estudiar hasta el tercer grado en la escuela 25 de Octubre, en la misma colonia. Por circunstancias que Dunia desconoce, el edificio escolar después fue demolido.

Foto: La Prensa

Sufrimiento

Dunia reveló que su hermano comenzó a convulsionar a los ocho años de edad. Su madre pasaba muy preocupada y angustiada porque el cipote no podía realizar ningún tipo de trabajo ni estudiar.

“Él sufría por la comida, sufría por todo. Usted lo podía ver con unos grandes rayones en la cara porque nadie estaba cuando le pegaban los ataques y se golpeaba bastante. él amaba la vida. Le gustaba trabajar, pero debido a su enfermedad no podía hacerlo. Una vez buscó trabajo en una milpa y allá le pegaron esos ataques y le dijeron que así no podía trabajar. Tampoco estudiaba porque siempre le pegaban esas convulsiones repentinas. La gente le decía que no podía hacer nada porque si le pasaba algo, les iban a echar la culpa a ellos”, relató.

En vista de que él y su madre no trabajaban, no podían comprar el medicamento que le habían recetado para controlar los ataques de epilepsia, pese que las medicinas solo costaban 15 lempiras el cartón. Tampoco las podían obtener en el centro de salud de Comayagua porque nunca las encontraban, reveló.

“A veces me decía que solo había podido trabajar tres días y eso lo deprimía. él iba al centro de salud a buscar pastillas y no había. Uno a veces tiene para la comida y a veces no y para comprar pastillas, mucho menos. Aquí, la vida es dura. A mi hermano le tocaba estar sin pastillas porque no tenía dinero. Con las pastillas no le pegaban los ataques y cuando dejaba de tomarlas se escapaba de morir. Le pegaban hasta cuatro veces seguidas”. Era como si en cada convulsión se muriera, pero la de aquella mañana en que amaneció alegre lo lanzó a la muerte definitiva.