“No, hombre, Ovidio, no me vayas a matar”, le imploró Belkis Orellana por última vez a su exmarido en el momento en que este sacaba su pistola y le disparaba en la cabeza. Luego se apuntó en la frente, haló otra vez el gatillo y caminó de espalda tambaleante para caer mortalmente herido.
Él había estado tomando toda la mañana en una pulpería en el desvío a la aldea Villamí de Gracias, Lempira, frente a la cual sucedió el crimen que puso fin a una tormentosa relación.
“Ella ni se quejó, se quedó como si fuera a dormir”, dijo José Andrade Alvarenga, quien iba saliendo del negocio en el momento en que sonaron los dos balazos por el lado de la carretera que conduce a Gracias. Ovidio Calderón murió poco después en el hospital Juan Manuel Gálvez a consecuencia del tiro que se puso entre ceja y ceja.
Había cumplido la amenaza de cometer “una estupidez” si no recuperaba el amor de aquella muchacha que había caído en sus brazos a los 14 años. Ovidio ya era un hombre jugado de 30 años cuando la conoció y luego la arrebató del poder de sus padres para llevársela a vivir en Villamí.
Allí comenzó el martirio de la menor porque el hombre no la respetaba como compañera de hogar y aparte de eso le daba mala vida, comenta su madre Magraciela Reyes.
Casi tres años soportó la muchacha aquel infierno hasta que agarró valor y huyó a buscar su felicidad, pero entonces comenzó a asediarla y atemorizarla. Ella encontró trabajo como asistente de cocina en el restaurante de un hotel de Gracias, pero tuvo que dejarlo al no soportar aquel hostigamiento enfermizo. “La vigilaba cuando iba a dormir y después le mandaba mensajes preguntándole con quién estaba”, comentó Lidia Calderón, que fue su compañera de cuarto en Gracias.
En el restaurante, Belkis se había ganado la confianza de su jefe, Jesús Octavio Chávez, por ser eficiente y dedicada. Hasta las llaves del negocio le daba y le prometió darle permiso para que recibiera un curso de gastronomía, pero de repente empezó a bajar su rendimiento. “Estaba aturdida y nerviosa”.
Al conocer la causa, don Jesús le dijo que tenía dos opciones: juntarse con Ovidio o irse lejos de la ciudad. Ella optó por irse del trabajo y seguir eludiéndolo.
El nerviosismo creció cuando el despechado amenazó con que mataría a uno de los hermanos de Belkis si ella no lo aceptaba de nuevo.
La familia de Belkis sabía que era capaz de cualquier cosa por sus antecedentes de matón, así que tomó la decisión de denunciarlo a la Policía tres días antes de la tragedia.
él se dio cuenta de que sería citado por la autoridad el lunes 27 de julio para ponerlo claro y eso al parecer lo enfureció más.
Desenlace
El domingo 26, Belkis se levantó más temprano que de costumbre porque tendría un día saturado de emoción deportiva. Iría primero a la comunidad de Mejocote acompañando a un equipo de fútbol del que era madrina y luego a El Tablón, donde se daría otra competencia.
Cuando iba a Mejocote en un busito repleto de jugadores y aficionados, el carro se detuvo frente al negocio en el desvío a Villamí, donde Ovidio ya estaba tomando. “Se deja de querer, pero no se olvida”, le dijo cantando a su exmujer cuando esta se bajó del busito a tomar un refresco. “A usted sí le gusta bromear”, contestó ella. Se cruzaron otras palabras y no pasó más.
El desenlace se dio cuando regresaba de Mejocote y el carro se volvió a parar en el mismo lugar a recoger a otros jugadores. Ovidio se fue directamente al busito a bajar a la muchacha al tiempo que le reclamaba por qué no le contestaba los mensajes. “Mejor buscate otra mujer y sé feliz con ella. Si no me querés, no me andes siguiendo” , fueron otras palabras que la escucharon decir a ella antes de caer fulminada.