El último deseo del que ahora es leyenda de la pintura de Honduras se ha hecho realidad: El sueño americano.
Ezequiel Padilla Ayestas debe estar feliz allá en el cielo, ya que el Museo para la Identidad Nacional (MIN) mostró, a pesar del luto y las lágrimas, su última colección de obras inspiradas en la odisea que viven los inmigrantes en la ruta ilegal hacia Estados Unidos.
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La bestia, el muro, la línea férrea, la crueldad de una travesía, el hambre y hasta la muerte retrató el maestro con sus virtuosos pinceles.
Grandes planos de figuras deformes, pero con mensajes contundentes y tonos dramáticos hacen de esta colección un reclamo artístico a las pocas oportunidades que tienen los hondureños en su propia tierra y que, buscando un mejor porvenir, se enfrentan a un viacrucis que a veces concluye con la depresión, cárcel, mutilaciones y hasta la muerte.
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Cada obra denuncia. Cada cuadro explora la desgracia y la desesperación. Es una continuidad de su legado pictórico, donde siempre tuvo fundamentos en contra de la corrupción, injusticia social, desempleo, miseria y hasta el mercantilismo. Todo, alrededor del arte protesta en contra de la situación de un país llamado Honduras.
El legado. Ezequiel Padilla era un pintor realista. No vivía por el arte, vivía para el arte. La inmortal Leticia Oyuela decía que era “un joven atolondrado, con la cabeza llena de aquellas ilusiones que van de la búsqueda de la construcción de una sociedad mejor, al papel del artista como profeta de su generación. Había terminado su carrera de ingeniería civil y miraba con desconfianza su destino en su ejercicio”, según publicaron varios portales.
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De mirada nostálgica, concentrado y de ideas justas, Padilla Ayestas confesó en vida que “el sueño americano está ahí… toda una confusión… algo indefinido… pero esta ahí, está ahí presente siempre entre las personas”.
Ganador de muchos premios. Expositor en tantos países. Amado por los verdaderos conocedores de su pincel y admirado, así como inspiración de sus alumnos. Así era el gran Ezequiel, al que todavía lloran aquellos como la mecenas Bonnie García, gran amiga del maestro.
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Para visitar. La exposición temporal El sueño americano, aún esta en vitrina en el MIN. Los amarillos y los verdes, algunos rojos, grises y negros salpican de dinamismo cada pieza. Hay mucha rebeldía y nostalgia de esa que no se cura si no se cambia la situación de una nación. La tragedia, la melancolía y el sufrimiento de los compatriotas fueron la última musa de Ezequiel.
El maestro vio la vida de una forma distinta a la de la mayoría. La vio no solo por el frente de la vitrina, sino por todos los ángulos, hasta los más oscuros. Fue conceptual. No vivió una vida de simulación, la vivió como ningún otro. Siempre experimentó y se comprometió con un mejor Honduras a través de pinturas donde sus ideales se cimentaron simplemente en un pilar llamado justicia.
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El legado de Ezequiel no era ni de derecha ni de izquierda, era de realidades. Sin caretas ni acomodos; sin conformismos políticos ni para vender y subsistir con poco. Cuando algo no le gustaba, lo expresaba. Era tan claro como el agua y tan puro como el alma.
Muchos capitalinos han desfilado por el museo para conocer su última creación, pero falta la mayoría de hondureños que con la pintura de Ezequiel se educarán y buscarán nuevos ideales, no el siempre trillado sueño americano, muchas veces truncado.
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