Existen historias de amor que conmueven el alma y nacen en los lugares menos esperados, pero no de afecto romántico, sino de esa humanidad que nos llama a amar y a servir al prójimo.
La historia de Jorge es una de ellas, que en medio del ruido de un hospital, donde cada día se lucha por salvar vidas, encontró personas que lo acompañaron, cuidaron y que, con el tiempo, se convirtieron en la familia que hace tiempo había perdido.
Jorge Alberto Mejía Girón ingresó al hospital Mario Catarino Rivas el 5 de noviembre de 2019, llevado por una vecina que lo encontró enfermo y solo en un pequeño apartamento en el barrio Cabañas.
En ese momento, la vecina informó que Jorge Alberto nació con una discapacidad psicomotora y había quedado solo luego de que su madre muriera a causa de una enfermedad crónica y que su padre tomara la trágica decisión de quitarse la vida.
Después del lamentable hecho, permaneció encerrado en el pequeño cuarto que rentaban sus padres. Los vecinos, movidos por la compasión, lo visitaban para asearlo y alimentarlo, pero su salud se deterioró, por lo que tuvieron que llevarlo de emergencia al hospital.
Los primeros meses tras su ingreso, algunos vecinos solían visitarlo en la sala de Hombres del centro asistencial, pero desde marzo 2020, cuando se declaró la pandemia por Covid-19, quedó en condición de abandono social, sin nadie que se hiciera cargo de su cuidado.
En el Mario Rivas, Jorge enfrentó años de lucha. Sobrevivió al Covid-19, la tuberculosis y múltiples bacterias hospitalarias. A pesar de su fragilidad, siempre salió adelante. Su resistencia sorprendía al personal, que poco a poco formó un pequeño círculo familiar a su alrededor.
Las enfermeras, auxiliares y médicos del cuarto piso lo celebraban en fechas especiales. Lo cuidaban como a un niño, le llevaban pastel, juguetes y lo acompañaron en cada cumpleaños, intentando que sintiera un poco de alegría en medio de la rutina hospitalaria.
Él, que no podía hablar, aprendió a comunicarse mediante señas que el personal terminó comprendiendo a la perfección. "Las compañeras sabían cuando tenía hambre, cuando tenía dolor se tocaba dónde le dolía y cuando estaba feliz sonreía", compartió Harling Fiallos, trabajadora social del hospital Mario Rivas.
El equipo de trabajo social realizó un esfuerzo constante por encontrarle un hogar. Tocaron puertas en instituciones católicas, evangélicas y centros para personas con discapacidad, pero la mayoría no podía recibirlo debido a su edad.
Jorge está por cumplir 44 años, y muchos hogares solo reciben a personas menores de 18. Buscaron opciones en San Pedro Sula, Tegucigalpa y Valle de Ángeles, pero ninguna puerta se abría.
La esperanza de que pudiera salir del hospital para evitar el riesgo de enfermarse nuevamente y estuviera en un hogar donde disfrutara del aire libre, finalmente llegó hace pocos días, cuando las hermanas del Hogar Don de Jesús respondieron una llamada.
Las hermanas Misioneras de la Caridad Madre Teresa de Calcuta acudieron para evaluar el caso de otro paciente, pero al escuchar la historia de Jorge, decidieron conocerlo también y ese fue el encuentro que cambió su destino.
Al verlo, las religiosas quedaron profundamente conmovidas. Escucharon su historia, observaron su comportamiento dulce y su manera infantil de mirar, y comprendieron que necesitaba un lugar donde vivir, rodeado de cariño y lejos de los riesgos hospitalarios.
Este martes se completaron los trámites de su traslado y el miércoles 3 de diciembre, finalmente, Jorge dejó el hospital. Antes de partir, las enfermeras, estudiantes de medicina y los médicos que cuidaron de él durante todos estos años, le organizaron una despedida.
Hubo pastel, fotografías y abrazos. Una de las enfermeras que más lo cuidó incluso fue al hogar para conocer el lugar donde viviría. Fue un momento emotivo, una mezcla de alegría y nostalgia.
Hoy, Jorge Alberto inicia una nueva etapa. Tras seis años de abandono, encontró un espacio donde será cuidado y acompañado. Un lugar donde, por primera vez desde que perdió a su familia, podrá sentirse el calor de un hogar.
Su historia es un recordatorio del valor de la solidaridad, del compromiso del personal hospitalario y de la urgente necesidad de fortalecer los sistemas de protección para personas con discapacidad que enfrentan el abandono.