La solidaridad de naciones americanas, asiáticas y europeas hacia Honduras, constituye un aporte significativo y benéfico, impactando muy positivamente en múltiples programas asistenciales en campos tan diversos como la educación, salud, infraestructura, medio ambiente, justicia, a escala nacional, regional, local, mereciendo la gratitud y reconocimiento de nuestro pueblo y Gobierno.
Lo mismo debe decirse respecto a la Organización de Naciones Unidas y sus distintas agencias especializadas, la Comunidad Europea y los organismos internacionales de crédito.
Hoy, ante la clausura de la Agencia Internacional para el Desarrollo (Usaid) de los Estados Unidos de América, nuestras autoridades están obligadas a fortalecer los vínculos con la comunidad internacional mediante nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores, diseñando estrategias diplomáticas orientadas hacia sectores tan vitales como el comercio y las inversiones.
Las diversas ayudas procedentes de ultramar tanto por parte de nuestros aliados y de los compatriotas residentes en el extranjero, en ningún caso deben reemplazar nuestros propios esfuerzos -individuales y colectivos- con el fin de alcanzar el anhelado desarrollo humano y crecimiento económico.
Tales objetivos podremos alcanzarlos mediante la unidad nacional, deponiendo antagonismos y rivalidades infecundas que nos dividen, debilitan y degradan, actuando con total honestidad, transparencia, rendimiento de cuentas, estimulando a los sectores productivos y a las inversiones nacionales y foráneas, combatiendo frontalmente la corrupción, impunidad, secretividad e inseguridad.
De no proceder bajo estos parámetros, estaremos por siempre condenados al subdesarrollo y la mendicidad, en actitud de súplica y compasión, borrando cualquier vestigio de dignidad y autoayuda, extendiendo la mano para recibir limosna en plan de mendigos.
Y llegará un momento, más temprano que tarde, que quedaremos inermes, destruidos como colectividad, nuestra población abandonando masivamente su patria, saqueada y depredada por la codicia de sus perversos hijos e hijas, convertidos en los peores enemigos de sus semejantes.
Consecuentemente, de nosotros, de la actual generación, depende qué país heredaremos a las venideras generaciones. La historia nos juzgará.