Hay momentos en la vida en que el silencio de los otros es más elocuente que sus palabras. No estar en la lista de invitados, no ser tomado en cuenta, no recibir la llamada que esperábamos puede doler. Pero también puede ser la manera más delicada que tiene Dios de mostrarnos un camino distinto. No siempre el no ser incluidos es una derrota; a veces es una liberación. Jesús mismo lo vivió. “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Él conocía muy bien lo que significa no ser aceptado, no ser bienvenido, no ser comprendido. Sin embargo, no mendigó afecto. Siguió caminando hacia la voluntad del Padre.
Comprendió su lugar, no desde el orgullo, sino desde la certeza de su identidad: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3,17). En tiempos en que las redes sociales nos hacen creer que estar presentes en todo es sinónimo de valer, este mensaje se vuelve urgente: no necesitas estar en todas partes para tener valor. A veces, la madurez consiste en retirarte con dignidad de los espacios donde tu presencia no es querida. Como dice Proverbios: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Prov 4,23).
No involucrarte donde no te incluyen no es resentimiento: es amor propio bien entendido. Jesús enseñó a amar al prójimo, pero nunca dijo que debíamos forzar nuestra presencia donde no somos llamados. También Él se retiraba cuando no lo comprendían (Jn 6,15). Sabía cuándo hablar y cuándo callar, cuándo quedarse y cuándo marchar. Por eso, conocer tu lugar en la vida de las personas no es orgullo, es sabiduría. No todo círculo es tu lugar. No toda compañía te eleva. Hay vínculos que no suman, solo restan. Hay personas que no te anclan directamente, pero sí te impiden volar. Seguir a Cristo implica también saber caminar ligero.
El Evangelio nos recuerda: “No lleven bolsa ni alforja ni sandalias” (Lc 10,4). Es un llamado a no aferrarnos a lo que no nos conduce a Dios. A soltar personas, espacios, rutinas, si estas se convierten en lastre. Vivir un día a la vez, en silencio y con bajo perfil, no es signo de debilidad, sino de fortaleza interior. Dios no nos mide por lo que mostramos, sino por lo que somos. “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,6). Mientras muchos buscan ser vistos y admirados en las redes sociales, el auténtico discípulo de Jesús aprende a crecer en lo oculto, como la semilla que germina en la tierra antes de florecer. Ahora bien, no pretendas volar si estás rodeado de quienes te cortan las alas. Busca a quienes te empujen hacia arriba, hacia Dios. Jesús eligió a doce, no a multitudes.
Y aun entre ellos, tenía un pequeño círculo más íntimo (Pedro, Santiago y Juan). No necesitas muchos contactos; necesitas relaciones que te conduzcan al Reino. Si hoy descubres que no fuiste incluido, no llores tu exclusión: agradece la oportunidad de encontrar tu lugar verdadero. Porque donde hay silencio humano hay espacio para la voz de Dios.