En la Biblia encontramos dos lugares que tuvieron, se podría decir, un impacto universal en el curso de la experiencia humana. El primer lugar es el ampliamente conocido jardín de Edén.
En este jardín Adán y Eva escogieron hacer su voluntad al comer del fruto del árbol que Dios les había dicho que no comieran: “podemos comer del fruto de todos los árboles del jardín; únicamente nos ha prohibido comer... el fruto del árbol que está en medio del jardín, porque moriríamos... Entonces la mujer se dio cuenta de lo hermoso que era el árbol, de lo deliciosos que eran sus frutos y lo tentador que era tener aquel conocimiento; así que tomó del fruto y comió, dándoselo seguidamente a su marido que estaba junto a ella y que también comió” (Génesis 3:2-6, BLPH). A partir de ahí, esta decisión afectó -y continúa afectando- a todas las generaciones.
El segundo lugar es el jardín de Getsemaní. Como bien lo nota el teólogo J.R. Hudberg, en este jardín Jesús se enfrentó a una elección similar: hacer lo que parecía beneficioso para Él mismo o someterse a la voluntad de Dios. “Cuando llegaron, [Jesús] les dijo: ‘Oren para que puedan resistir la prueba’.
Luego se alejó de ellos como un tiro de piedra, se puso de rodillas y oró: ‘Padre, si quieres, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’” (Lucas 22:40-42, BLPH). Al final, la decisión que Jesús tomó revirtió la rebelión de Adán y Eva y proveyó el camino de salvación para todas las generaciones (1 Pedro 3:18).
Ahora déjeme agregar un tercer lugar, querido lector. Ese lugar es en el que usted se encuentra leyendo esta columna. Jesús dice: “vengan a mí los que estén cansados y agobiados, que yo los haré descansar. Acepten mi enseñanza y aprendan de mí... mi carga es fácil de llevar” (Mateo 11:28-30, PDT). La decisión que tome sellará el curso de su vida para siempre.