Incluso aquellos que hoy viven en el área rural, en el campo, han ido perdiendo el gusto por el silencio. Los que vivimos en la ciudad, también a medianoche, no dejamos de percibir ruidos de todo tipo: una alarma de una casa o de un automóvil que se dispara, un camión que transita relativamente cerca, una ruidosa moto, unos locos que compiten en carros modificados en carreras “clandestinas”, etc. Sobre todo, la tecnología, los teléfonos celulares, nos mantienen conectados a cadenas de ruido por medio de llamadas, videollamadas, mensajes, películas o series. No hay tiempo para el silencio. Y este es un problema serio.
Lo propio del ser humano, lo que le permite ejercitar su calidad de racional, es su capacidad de pensar, de reflexionar sobre sí mismo, sobre los demás, sobre sus circunstancias, sobre el contexto en el que le toca desenvolverse. Pero para poder pensar serenamente, para llegar a fondo, es indispensable el silencio. Para pensar hace falta recoger los sentidos, sobre todo la vista y el oído, y huir de las distracciones. De lo contrario, lo racional va cediendo espacio a lo puramente instintivo, a lo epidérmico, a lo superficial. El que no piensa reacciona primitivamente ante cualquier estímulo y deja salir, fácilmente, la bestia que llevamos dentro. Es la falta de silencio y, por lo tanto, de reflexión, lo que provoca hoy tanta violencia gratuita, tantas reacciones desproporcionadas, como las que hemos visto últimamente a través de los medios entre conductores de automóviles o entre hombres y mujeres que no son capaces de ponerse de acuerdo en algo o de aceptar que el otro piense distinto a él.
En las redes sociales, por ejemplo, es curioso ver cómo ante determinada publicación, casi inmediatamente, alguien replica lo afirmado tan sin pensar que hace uso del insulto fácil e, incluso, escribe con notables faltas de ortografía. No nos estamos dando el tiempo necesario para usar la cabeza, para valorar una idea propuesta, para reconocer que el equivocado puede ser uno y no el otro.
Sin silencio no habría hoy filosofía ni literatura ni arte en general. Los creadores de cualquier tipo de arte, los grafiteros urbanos, incluso, necesitan, para soltar la imaginación, determinado período de reflexión, estar callados, desconectarse del ruido de todo tipo. El líder de una organización debe evitar la dispersión que el ruido produce para otear el horizonte y saber planificar el futuro.
El estudiante, el padre de familia, el trabajador manual, el intelectual, etc. para no caminar a tientas urge del silencio, del espacio en el que se encuentra consigo mismo y decide la ruta vital que le dará sentido a su existencia.