El Feriado Morazánico se creó para impulsar el turismo interno, pero terminó convertido en una fuga masiva de hondureños hacia el extranjero. El plan que alguna vez quiso mover la economía local hoy mueve aeropuertos, no comunidades. Mientras las fronteras se llenan de autos rumbo a El Salvador o Guatemala, los hoteles pequeños del país permanecen vacíos y los pueblos turísticos, que esperaban esos días para sobrevivir el resto del año, se quedan viendo cómo el dinero nacional se gasta afuera. Y nadie parece querer admitirlo: el feriado perdió el rumbo. La culpa no es del descanso, sino del abandono. Nadie viaja por patriotismo; la gente viaja por experiencias, comodidad y calidad. Y ahí es donde fallamos. Honduras tiene destinos maravillosos, pero poca promoción, mala infraestructura y casi nula coordinación. Las campañas para incentivar el turismo interno aparecen tarde, las carreteras hacia los pueblos más bellos siguen llenas de baches, y la seguridad en algunos lugares espanta más que atrae. Con esa mezcla, el turista nacional prefiere invertir en salir del país antes que arriesgarse a quedarse. El resultado es una paradoja dolorosa: el feriado que debía fortalecer el turismo hondureño ahora lo debilita.
El turismo interno no se rescata con fotos de playas ni con discursos oficiales, se rescata con experiencias memorables que ningún viajero pueda encontrar en otro país. Que en vez de esperar visitantes, los provoque. El país está lleno de talento desperdiciado: jóvenes que saben editar video, diseñar, cocinar o guiar, pero que no ven el turismo como industria posible. Es hora de integrar todo ese capital creativo. Imagínese una “Ruta Creativa Morazánica”: emprendedores digitales colaborando con negocios rurales para mostrar su valor en redes, músicos locales componiendo temas para los pueblos, artesanos trabajando en diseños modernos sin perder su esencia.
Honduras no necesita más feriados para moverse, necesita un motivo emocional para quedarse. El verdadero desafío no está en atraer turistas, sino en inspirar orgullo. Cuando el hondureño sienta que su país le ofrece experiencias con sentido —que le enseñan, lo conmueven o lo hacen sentir parte de algo auténtico— entonces el turismo interno volverá a tener rumbo.