El titular de este artículo no se refiere a los actos de deshonestidad cometidos por este y otros Gobiernos, sino a una anécdota de Juan Manuel Gálvez, fallecido expresidente de Honduras, contada por mi amigo el ingeniero jubilado Roberto Caballero.
Resulta que “el presidente en mangas de camisa”, como llamaban a Gálvez, solía visitar las diferentes comarcas del país para conocer personalmente sus problemas. En cierta ocasión en que viajaba, con una comitiva de funcionarios a Gracias, Lempira, vio a la vera de la carretera un manantial de aguas diáfanas que invitaba a sumergirse en su caudal. Sin pensarlo dos veces el mandatario pidió al conductor del vehículo oficial detener la marcha para darse un chapuzón en aquella alberca natural. Seguidamente se despojó de sus vestimentas completamente mientras sus acompañantes lo imitaban, como diciendo: si el presidente lo hace por qué nosotros no.
Cuando el grupo de hombres se bañaban pasaron por la carretera tres muchachas lencas, quienes al verlos desnudos comenzaron a soltar risitas maliciosas y así siguieron cuchicheando hasta que llegaron al poblado cercano, en donde alguien les preguntó de qué se reían tanto. “Acabamos de ver las vergüenzas del Gobierno”, contestó una de ellas sin parar de reír.
Gálvez era un hombre feliz que prefería la sencillez del ciudadano cotidiano en vez de la altivez de los burócratas resguardados siempre por un séquito pretoriano.
En otra ocasión en que la municipalidad de Santa Bárbara le brindó un agasajo, cada uno de los oferentes contribuyó llevando una vianda o bebidas para ser servidas en una mesa de alegre mantel. El aporte de Emelina, tía de Roberto, quien en ese tiempo era un adolescente, fue los servicios de su empleada doméstica, quien llegó con dos ollitas de barro y un pascón para hacer café. Después del almuerzo ofrecieron al mandatario una taza de café cultivado en las fincas del lugar, lo cual aceptó gustoso.
En cuanto le dio el primer sorbo a la aromática bebida levantó la cabeza con ojos de asombro y preguntó quién había hecho tal delicia. “Aquella muchacha”, contestó Emelina, señalando a la chica con rasgos indígenas que estaba en la cocina. “Que venga”, pidió Gálvez. “¿Cuánto te paga la vieja Emelina?”, la interrogó cuando la tuvo frente a él. “Diez lempiras”, respondió ella con timidez. Tras elogiar a la muchacha, el dignatario le ofreció llevarla a trabajar en Casa Presidencial y darle un sueldo de 400 lempiras mensuales para que le hiciera ese mismo café. No esperaba Gálvez que la oferta fuera rechazada rotundamente por la provinciana aduciendo que no podía salir de su tierra natal donde tenía a su familia, ni cambiar su casita de tierra por un palacio.
En 1972 murió el expresidente Juan Manuel Gálvez, quien fue abogado de la compañía bananera y luego dirigió los destinos del país de 1949 a 1954 por un “dedazo” del dictador Tiburcio Carías Andino.
Aun así es reconocido por su honestidad y sencillez, a tal grado que su imagen circula de mano en mano en los billetes de cincuenta lempiras.