No enseñes a mentir a un niño porque cuando sea adulto puede convertirse en político. Con esta irónica expresión quiero referirme al arte de mentir que constantemente ponen en práctica muchas personas, por pura satisfacción o por conseguir un objetivo, como sucede con algunos políticos.
Los niños en su inocencia no tienen esa manía, pero algunas veces los mismos padres, consciente o inconscientemente, se la inculcan.
En este punto quiero citar el cuento del padre, quien, sabiendo que afuera lo busca una visita indeseada, pide a su pequeño hijo: “Ve y dile que no estoy”. El menor obedeció fielmente a su progenitor, pero no mintió cuando comunicó al inoportuno visitante: “Manda mi papá a decirle que no está”. Esto demuestra que muchas veces la mentira puede ser descubierta fácilmente, por ello “para mentir y comer pescado hay que tener mucho cuidado”, reza un viejo refrán.
La mentira común responde a factores de personalidad y al contexto en el que se encuentra el mentiroso cuando busca escapar de alguna situación embarazosa u obtener un beneficio particular.
Una persona que miente de vez en cuando no siente un impulso incontrolable de hacerlo, sino que toma una decisión en el momento. Es decir, ser un mentiroso ocasional no es lo mismo que ser mitómano, pues la mitomanía se refiere a una condición patológica.
El individuo que la sufre miente por mero placer o por impresionar, y lo hace de una forma tan vehemente que cree sus propias falacias.
En síntesis, la diferencia entre un mitómano y un mentiroso es que, mientras este último miente por razones específicas o beneficios personales, el mitómano lo hace de manera compulsiva, a menudo sin un motivo claro o beneficio evidente.
En política es más común la mentira que la mitomanía, la cual implica que una persona, con tendencia patológica a mentir, crea sus propias fantasías y las usa para proyectar una imagen de éxito, como es el caso ficticio de “El lavaplatos” (la canción de Luisito Rey), quien hizo creer a su novia ser “un gran señor a quien le sobra un capital”. Imagine usted al sitio donde la chica lo mandó cuando supo la verdad.
Mientras tanto, la mentira política es una herramienta de manipulación consciente para ganar simpatizantes. La mitomanía es inherente a la persona, sea o no líder, pero la mentira la usa el político para suplantar cualidades que no posee, como el poder de convicción o el carisma.
Las mentiras más usadas en política son las promesas de campaña, las cuales el candidato bien sabe no podrá cumplir. Pero este falso ofrecimiento le pasa factura a su partido si llega al poder.