Han pasado ya más de ocho días desde el momento en el que fuimos a las urnas para cumplir con la responsabilidad ciudadana de elegir a las nuevas autoridades para el período 2026-2030.
Fuimos con muchas esperanzas y con el deseo de contar con elecciones que nos ofrecieran una mayor claridad sobre el futuro del país.
Ahora nos damos cuenta de que seguimos enfrascados en prácticas añejas que alimentan la desconfianza, que corroe la cohesión social.
La opacidad del proceso electoral, marcado por desacreditaciones de uno y otro lado, por la falta de claridad en el control y seguimiento que ya se veía desde las elecciones primarias de marzo, no nos llega de sorpresa.
Hay que admitir que desde hace mucho tiempo sabemos que es indispensable la revisión del sistema electoral. La falta de una segunda vuelta, que ofrecería una respuesta adecuada en estos momentos, pone en evidencia lo que hace mucho tiempo sabemos, pero pocos buscan cambiar.
El debilitamiento institucional ha venido acelerándose con el correr del tiempo, como producto de la falta de voluntad política, la inacción y la omisión.
Quizá los temas intangibles no son atractivos para una clase política populista, que está acostumbrada a cultivar el clientelismo y el paternalismo, así como a negociar bajo la mesa.
Para la politiquería funcionan más los resultados tangibles, especialmente si se trata de entrega de bonos, de bolsas de alimentos y demás, aunque las soluciones de raíz sean pocas.
Lo más fácil es pensar que las condiciones de pobreza orillan a las personas a actuar de esa manera; sin embargo, la dignidad y la educación cívica no necesariamente están ligadas a la capacidad económica. Las generalizaciones suelen ser groseras en ese sentido.
La escasa conciencia democrática sigue estando presente en amplios sectores poblacionales, a pesar de los llamados de múltiples voces a ejercer el voto. La población atendió la invitación, pero parcialmente, pues de casi 6.5 millones de hondureños del censo electoral, se estima que poco más de tres millones ejercieron su derecho.
La indiferencia, la desilusión y la desacreditación temprana del proceso parecen haber influido en esos resultados, que siguen siendo tristes.
Nos sacude lo que sucede actualmente, pero sería un error pensar que es solamente culpa de quienes toman decisiones sobre el proceso electoral. También asusta la desvergüenza cómplice de muchas personas que forman parte de esta realidad.
En el mundo digital, la exhibición de compra de voluntades, el irrespeto de casi todas las partes, así como la invitación al vandalismo, han sido -y siguen siendo- parte del clima pre y poselectoral.
De las recién pasadas elecciones hay mucho que descifrar, comprender y buscar cambiar. El fortalecimiento del Estado de derecho es fundamental para transformar nuestro futuro, de lo contrario, seguiremos siendo la misma Honduras.