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Depende de la situación

  • 25 diciembre 2023 /
Emy James

“Yo soy el mismo en todos lados”. ¿Le resulta familiar? Frase que le hemos escuchado a varias personas o quizás hasta nosotros mismos la hemos utilizado alguna vez.

Pero también hemos oído decir cosas como que “es que cuando estoy cerca de esa persona me vuelvo otro”. Esto último está más cerca de la realidad que la frase primera. Las personas no somos las mismas en todos lugares, siempre va a depender de la situación. Y esto nos queda claro, ya que no vamos a comportarnos de la misma manera si estamos en el trabajo, en el teatro, un bar o en un estadio de fútbol.

Tampoco vamos a siquiera hablar de la misma manera estando en presencia de nuestra madre que cuando estamos con nuestros hijos, o con nuestros amigos o compañeros de trabajo. Seguro que, si le preguntan a un vecino la opinión que tiene suya, esta será muy distinta a la que tiene su familia, por ejemplo.

“Candil de la calle, oscuridad de la casa” decían nuestras abuelas. Hace ya algunos siglos, cuando el imperio romano estaba en su apogeo, se dice que cierta esposa del emperador dio una gran fiesta a la que el soberano no asistió, pero sí, un enamorado de ella. Aparentemente, todo el mundo entró en calor, el pretendiente y la emperatriz consorte no se quedaron atrás, bailaron toda la noche a la vista de los asistentes que no perdieron detalle del asunto.

Los días siguientes fueron de habladurías sin final, las cuales llegaron a los oídos del monarca, quien cansado de esperar una explicación de su mujer decidió confrontarla. Ella se defendió diciendo que la efectivamente había bailado con el osado joven (había que serlo mucho, tomando en cuenta que menores ofensas les había costado la cabeza a más de alguno) pero nada más, y que no entendía por qué se había formado tanto alboroto.

Cuando su esposo le dijo en tono firme que le perdonaría la vida, pero la estaba dejando ese mismo día, menos lo entendió la sorprendida mujer. Al ver su confusión, el esposo se tomó el tiempo para explicarle que las apariencias son muy importantes en un mundo hecho de personas y que, aunque no nos guste la idea, debemos guardarlas.

“La mujer del César debe ser y parecer” le dijo. Entonces, si en casa somos implacables con las reglas ejemplares con nuestros hijos, usamos un lenguaje respetuoso frente a los mayores, somos serios y responsables en el trabajo, no tanto en el estadio y menos en el bar, vestimos apropiadamente para entrar al teatro, pero casi no vestimos nada en la playa, saludamos a diario al vecino mientras a nuestra pareja no le hemos dedicado una palabra amable en meses, despotricamos contra la prima, pero le recitamos los salmos a quien nos lo pida... de memoria.

Si somos tantas actitudes y personalidades diferentes, si hay tanta diversidad que mostrar al exterior, ¿en qué momento somos nosotros mismos? Y, sobre todo, ¿cómo le hago para saber cuál de todos estos personajes soy en realidad? La respuesta es sencilla pero complicada a la vez: Tomándome un espacio de tiempo significativo para estar conmigo mismo.

Y es que, con absolutamente nadie se puede ser completamente genuino, no importa aquello que hemos prometido en algún momento de que “contigo puedo ser yo mismo”, qué va, siempre va a haber cosas que no compartiremos con nadie, que son únicamente nuestras. Siendo esto así, cuanto más me cueste entender lo importante que es pasar tiempo de calidad a solas con mis pensamientos y mi espíritu, más me va a costar conocerme y, por lo tanto... comprenderme.