Mario Fumero nació en Cuba en 1941. Con 30 años de edad, escogió a Honduras como tierra de misión. Llegó al puesto fronterizo de Agua Caliente, en Copán, en noviembre de 1971. El 20 de mayo anterior, había contraído matrimonio con Lizbeth Jensen, en la ciudad de Haldeen, Noruega. Ambos, recuerda Mario, “habíamos asumido cuál sería nuestro destino. Dejaríamos nuestros familiares y nos iríamos al lugar en donde Dios quería que le sirviéramos. Sabíamos que debíamos ir a uno de los países más necesitados de América. En aquel entonces teníamos dos opciones: Bolivia o Honduras, y optamos por este último”.
Cuando le visito, me recibe en el Proyecto Victoria, ubicado en la aldea Cofradía –carretera vieja de Olancho– en el municipio del Distrito Central. Es su gran obra. A principios de febrero quise visitarle. El río Grande estaba crecido y las aguas desbordadas sobrepasaban el vado. Me impresiona que al ingreso de La Finca Peniel hubiera una posta policial. “Es que aquí rehabilitan a mareros y drogadictos”, dice Omar Sierra. El policía dice que me conoce. Le sonrío.
Mario nos recibe alegremente. Nos conocimos en una reunión de La Tribuna cuando los columnistas ocupábamos lugar importante. Me dice: “Dime por qué te sacó Flores del periódico”. Porque dijo que ofendía a Xiomara. “¿Adán, te defendió?”. No.
“Por eso no escribo de política. Si a ti te prohibieron, imagínate lo que me harían: soy extranjero. Pero más hondureño que muchos de ustedes”. Claro, le digo.
Recorremos la finca a bordo de un repintado carro de golf. Es una finca enorme. Bien organizada. Médicos, psicólogos y enfermeros, carpinteros, albañiles. Y por supuesto, un pastor que me presenta. Y que es encargado de la Misión Evangélica. Hay varios módulos. “Aquí están los de primer ingreso y allá los reincidentes. Aquí todos están por su voluntad e incluso algunos jóvenes – uno de 16 años– abrazan a Fumero con ternura paternal. “Saldré adelante y no volveré a caer en las drogas”. “No le creas, el problema no es fácil; pero claro hay quienes lo logran”.
Otro joven me dice que su padre fue mi exalumno en la Modesto Chacón de Olanchito, hace muchos años. Dice que está rehabilitado y que ahora trabaja con Fumero para ayudarle a los demás. Me impresionan los cultivos de café, la fábrica de agua purificada, las hortalizas, los bananos y la dedicación de los internos. “Aquí no circula el lempira”. ¿Cómo hacen?: “Tenemos el camote”. Un médico formado en Cuba, me enseña una tarjeta plástica con la denominación del monto y una firma. ¿Funciona? “Claro que sí, hombre de poca fe”.
Confieso que estoy impresionado. Mario dice que recibe apoyo del gobierno, aunque por momentos, lo suspenden; y crean mucha ansiedad. Busco recursos en todo el mundo y aquí en Honduras también. En el comedor de su casa hay fotografías con todos los presidentes, incluso con Xiomara cuando era primera dama. “No ha venido a visitarnos”. Mario dice que irá a Miami, por razones de salud y ayudas.
Impresionante obra –radical e importante para enfrentar el problema más grave de salud de las jóvenes generaciones– y porque es una prueba, al ver los internados, que la clase media es la que más se precipita en la adicción. Hay que darle respaldo a Fumero y a todos los que busquen cómo defender a nuestro pueblo del azote de las drogas que algunos tontos creen que solo hace daño a los gringos. “También a los hondureños”, me dijo Fumero, un gran misionero, gran hombre, gran hermano.
Al que le pido que la próxima vez me invite a un “congrí” cubano. Se ríe. Nos despedimos fraternalmente.
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