“En el campo de batalla, las fuerzas armadas se comprometen a no dejar a ningún soldado atrás. Como nación, nos comprometamos a que, cuando regresen a casa, no dejemos a ningún veterano atrás”: Dan Lipinski.
Cada mañana, en el silencio y susurro de la madrugada, cuando muchos duermen en sus hogares, hay hombres y mujeres que ya están en pie, velando por la paz, la soberanía y la dignidad de nuestra nación. Ellos, nuestras Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y todas las instituciones al servicio de la seguridad de la nación son guardianes del cielo, tierra y mar. No llevan coronas, pero su frente brilla; no piden aplausos, pero su entrega grita. Quiero agradecer a todos los que visten un uniforme, no solo con disciplina, sino con honor; a quienes enfrentan lo desconocido para que nosotros podamos vivir lo del día.
Hoy levantamos la voz, no con armas, sino con gratitud para rendir homenaje a quienes, en silencio, nos protegen siempre. Detrás de cada misión, de cada guardia y de cada sacrificio hay un amor inquebrantable por la patria. Un soldado encarna fuerza, entrega, compromiso y dignidad; tiene un legado de velar y ser guardianes del bienestar nacional, y su vocación inspira profundo respeto.
La Biblia compara la vida de fe con una guerra espiritual.
En este contexto, somos llamados a ser soldados del Señor, usando las armas espirituales y luchando contra el mal: “Como un buen soldado de Jesucristo, comparte conmigo el sufrimiento. Ningún soldado pierde su tiempo pensando en asuntos de la vida civil, porque lo único que le preocupa es agradar a su capitán”,
2 Timoteo 2:3-4 (PDT). Podemos decir que, proféticamente, el papel de las Fuerzas Armadas es protección de lo justo: sacrificio, entrega, disciplina, obediencia, fidelidad a sus códigos y velar por hacer cumplir la Constitución de la República.
Felicitamos a aquellos que llevan el sello de Lealtad, Honor y Sacrificio. ¡Honra!