Hay figuras políticas que obligan a detenerse un momento y preguntarse si realmente entendieron lo que significa gobernar un país. Y no porque uno quiera señalar a alguien en específico, sino porque los hechos hablan solos.
Hoy, Honduras tiene a una aspirante presidencial que ocupa un cargo que, en cualquier democracia seria, jamás debería mezclarse con campaña electoral: la conducción del sistema de defensa. Sí, así como lo lee: quien dirige la estructura que administra la fuerza del Estado es la misma persona que pide el voto para llegar a Casa Presidencial.
Usted, que maneja un negocio, sabe que los roles deben estar claros. No dejaría que la misma persona sea el encargado de seguridad, el contador y, al mismo tiempo, quien negocia con los proveedores. Sería una receta para el caos.
Ahora imagine que algo parecido sucede a nivel nacional: una aspirante con poder sobre instituciones que deberían ser absolutamente neutrales durante un proceso electoral.
En un país con nuestra historia, esa mezcla no solo es incómoda, es peligrosa. La llamada “refundación” prometió instituciones fuertes, independencia y menos concentración de poder. Sin embargo, lo que vemos es otra cosa: una figura que acumula influencia política, militar y partidaria mientras hace campaña. Y lo más preocupante es el mensaje que envía: continuar un proyecto que no termina de mostrar resultados claros, mientras el país sigue atrapado en inseguridad, burocracia y falta de oportunidades reales para quienes emprenden.
Algunos defienden que “tener mano firme” es una ventaja. Pero mano firme no es lo mismo que liderazgo. Centralizar tampoco equivale a gobernar. Y si hoy se toman decisiones sensibles desde un cargo donde no existe contrapeso, ¿qué nos espera si esa misma forma de actuar llega al nivel más alto del poder? Usted, que lucha todos los días por sostener su emprendimiento, sabe que la confianza se gana con resultados, transparencia y coherencia, no con discursos y control. Y si una candidatura pretende avanzar sosteniéndose en estructuras que deberían permanecer fuera del juego electoral, la alarma no debe sonar por ideología, sino por lógica.