Te parece conocido leer que conoces a alguien que escala sobre hombros ajenos, convirtiendo a las personas en simples peldaños en su ascenso. Como si el brillo hipnótico del dinero fuera un faro que ciega toda ética, integridad y respeto hacia el bien común. En este juego de ambiciones, el que tiene dinero ansía poder, y el que tiene poder anhela más dinero, dejando tras de sí una estela de injusticia, la verdad a medias o convertida en ficción.
En una sociedad que no cree en la ética ni en principios, es natural que estos tampoco tengan impacto en la educación. Necesitamos algo más que conocimientos técnicos y títulos en la pared; necesitamos ciudadanos íntegros. Pero cuando el enfoque está solo en “tener” y “hacer,” el “ser” queda relegado, y con él, el sentido profundo de humanidad.
Así avanzamos en un mundo donde la falta de ética ni se cuestiona, ni se sanciona, ni se enseña. Producimos individuos llenos de ambición, pero vacíos de valores, en familias, empresas e instituciones que ya no se preocupan por el bien común, la justicia o la verdad. A muchos les parecerá absurdo detenerse a reflexionar sobre estos principios, pero el costo de ignorarlos es una sociedad hueca, que sube, sí, pero sin alma. Este artículo es para quien aún pueda ver esta realidad. No para cambiar el mundo de inmediato, sino para que, aunque sea por un momento, se detenga a pensar, y si usted, querido lector, ha llegado hasta aquí, es porque quizás todavía hay esperanza de reflexión y de cambio.
Lo escrito y publicado hoy podría entenderse como una catarsis o un mensaje dedicado, pero solo es una verdad de gente escalando, usando a otros como peldaños, mientras la ética y el bien común se desmoronan. En una sociedad obsesionada con tener y hacer, casi nadie valora el ser. La ética se ha convertido en un concepto ajeno, sin espacio en la educación o en la conciencia social. Reflexionemos: si la falta de ética no se enseña, ni se cuestiona, ¿cómo evitar una sociedad vacía y sin rumbo?