En algunas aldeas hondureñas todavía es común ver a un padre sacar del bolsillo un teléfono básico mientras su hijo navega sin esfuerzo por un celular inteligente.
Esa brecha digital dentro de la misma casa es más que una curiosidad generacional: supone un freno para la productividad familiar y una barrera para acceder a servicios esenciales. Por eso vale la pena hablar de la mentoría inversa: que los jóvenes se conviertan en maestros y los adultos en alumnos por unas horas a la semana.
Imagine un club vespertino organizado en la escuela o el centro comunal. Los muchachos de noveno grado explican, paso a paso, cómo enviar fotos por WhatsApp, revisar precios de fertilizantes en línea, hacer transferencias desde una billetera móvil o sacar una cita médica sin viajar a la ciudad.
Mientras tanto, los padres -muchos de ellos campesinos que nunca han tocado una pantalla táctil- descubren que el celular puede ahorrarles tiempo, dinero y desplazamientos.
No se trata de jugar con la tecnología, sino de ponerla al servicio de la familia: vender cosecha a mejor precio, recibir remesas sin pagar comisión o firmar a un hijo en un programa de becas digitales. El beneficio no corre en un solo sentido.
Para los estudiantes, explicar lo que saben refuerza su propio aprendizaje; además, se sienten útiles y valorados por la comunidad. Para los adultos, perder el miedo al teléfono inteligente abre una puerta a la información, al mercado y a los servicios públicos. Cuando la familia entera habla el mismo idioma digital, la escuela deja de ser una isla y se convierte en motor de desarrollo.
La mentoría inversa no debe quedarse en la aldea; en las ciudades el impacto puede ser igual de poderoso. Muchos padres que trabajan largas jornadas en mercados, fábricas o pequeños comercios aún dependen de filas interminables para pagar servicios, desconocen las plataformas de pagos digitales o ignoran los portales de trámites municipales.
Organizar tardes de “hijos-tutores” en barrios urbanos o centros comunitarios permite que las familias ahorren tiempo, reduzcan costos y accedan con rapidez a oportunidades de empleo, salud y educación en línea. No hace falta un laboratorio carísimo: basta una conexión móvil, la voluntad de organizarse y la decisión de que el conocimiento circule de abajo hacia arriba.