Melchor, Petén (Guatemala)
Entre las vastas planicies que antes eran parte de la frondosa selva del departamento de Petén, cientos de guatemaltecos viven abandonados a su suerte. Los caminos de asfalto y la electricidad quedan demasiados lejos.
En San José Las Flores, un caserío ubicado a unos cuantos metros de la zona de adyacencia con Belice, los vecinos caminan a un no-lugar: ese horizonte en el que se cruzan cielo y agua; donde termina un país y empieza el otro. Allí extraen madera, cazan o buscan oro en los ríos.
Los enfrentamientos entre los habitantes del caserío y las fuerzas de seguridad beliceñas, que según los guatemaltecos utilizan fuerza extrema, son frecuentes: el último caso registrado ocurrió el 21 de abril de este año, cuando Julio Alvarado, un niño de 13 años, falleció presuntamente por balas beliceñas.
Carlos Alvarado, de 48 años y padre de la víctima, rememoró para Efe lo sucedido aquel día. Han pasado casi ocho meses, mas los retazos de aquel día siguen grabados a fuego en su retina.
Sus dos hijos caminaban por la zona de adyacencia en busca de alimentos cuando los soldados beliceños -recuerda con los ojos llorosos- los atacaron con armas de fuego: 'Mi hijo no es un perro, pero como a uno lo mataron', recrimina, y exige un resarcimiento por parte del Gobierno de Belice.
Frente a la ladera que divide los dos países vive Juana, 45 años y una vida lejos de su Izabal natal en busca de una vida mejor: 20 años después de dejar su casa todo fue una quimera.
Ahora vive de comer tortillas de maíz casi todo el día: 'No hay una señal que te diga donde empieza Belice, necesitamos madera para el fuego y otras cosas para sobrevivir porque aquí ya no hay', explica para recordar la extrema pobreza del área.
En San José algunas casas tienen paneles solares, suficientes para encender una bombilla y cargar algunos teléfonos móviles. Pero no hay un centro de salud o doctores. Ante cualquier emergencia solo se puede salir a la carretera en un vehículo todo terreno tras avanzar dos horas por un camino de tierra y encomendarse a lo divino.
La mayoría de los habitantes de la zona de adyacencia son mestizos que migraron desde los departamentos de Zacapa, Jutiapa e Izabal hacia las nuevas fincas hace más de 20 años. Sin embargo, estas poblaciones no han podido encontrar un método sostenible de vivir, ni desarrollo social. Solo la explotación de los recursos de la selva beliceña.
Ramón, un hombre de 50 años, petenero de nacimiento y trabajador en el proyecto Balam, que ayuda al turismo comunitario y caseríos marginales, recuerda un frondoso bosque en el que vivía en el municipio de Melchor.
'Petén fue invadido por ganaderos que quemaron la selva para criar ganado... Ahora solo hay planicies sin vacas. Esto mató la riqueza del departamento', rememora.
Pero no es el único ejemplo. En San Marcos, otra comunidad cercana a la frontera, ubicada en el municipio de Dolores, la vida es prácticamente igual, aunque es cierto que ha recibido un poco más de atención. Se implementaron proyectos de agricultura para sembrar yuca y camote y así poder variar la dieta a base de maíz.
María, una anciana que vive con su esposo y dos de sus hijos -aún menores-, pasa las tardes viendo los cerros que anteriormente rebosaban pinos. Su casa se divide en dos ambientes, la mitad para las camas, las hamacas y una mesa para comer.
La otra es para secar las mazorcas de maíz para desgranar. Sus raciones las guardan en un granero de metal donado por el Gobierno.
Aunque los habitantes de esta comunidad han tenido menos conflictos con las autoridades beliceñas debido a que la zona de adyacencia se encuentra a varios kilómetros, su desarrollo ha sido casi inexistente.
'Es difícil vivir acá, estamos lejos de los pueblos. Cuando vine pensé que me iría mejor, pero solo encontré pobreza', dice Mario, un tendero de unos 60 años que no deja de hacer ademanes con las manos para espantar a los mosquitos que invaden el lugar por el fuerte calor del mediodía.
Los Gobiernos de Reino Unido y Guatemala han comenzado proyectos de siembra de cardamomo y crianza de peces tilapia. Sin embargo, mientras estos planes se concretan los viajes a la peligrosa zona de adyacencia continuarán.
Guatemala reclama unos 12,272 kilómetros cuadrados del territorio de Belice, casi la mitad de ese país, nacido de la colonia que el Imperio Británico formó en el siglo XVIII. Un litigio que ya ha cumplido más de 100 años y que pone en riesgo a los más vulnerables. A los nadie.
Entre las vastas planicies que antes eran parte de la frondosa selva del departamento de Petén, cientos de guatemaltecos viven abandonados a su suerte. Los caminos de asfalto y la electricidad quedan demasiados lejos.
En San José Las Flores, un caserío ubicado a unos cuantos metros de la zona de adyacencia con Belice, los vecinos caminan a un no-lugar: ese horizonte en el que se cruzan cielo y agua; donde termina un país y empieza el otro. Allí extraen madera, cazan o buscan oro en los ríos.
Los enfrentamientos entre los habitantes del caserío y las fuerzas de seguridad beliceñas, que según los guatemaltecos utilizan fuerza extrema, son frecuentes: el último caso registrado ocurrió el 21 de abril de este año, cuando Julio Alvarado, un niño de 13 años, falleció presuntamente por balas beliceñas.
Carlos Alvarado, de 48 años y padre de la víctima, rememoró para Efe lo sucedido aquel día. Han pasado casi ocho meses, mas los retazos de aquel día siguen grabados a fuego en su retina.
Sus dos hijos caminaban por la zona de adyacencia en busca de alimentos cuando los soldados beliceños -recuerda con los ojos llorosos- los atacaron con armas de fuego: 'Mi hijo no es un perro, pero como a uno lo mataron', recrimina, y exige un resarcimiento por parte del Gobierno de Belice.
Una niña alquila un molino para moler el maíz que le servirá a su familia para comer tortillas, en la comunidad San Marcos, en la zona de adyacencia entre Guatemala y Belice. EFE.
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Ahora vive de comer tortillas de maíz casi todo el día: 'No hay una señal que te diga donde empieza Belice, necesitamos madera para el fuego y otras cosas para sobrevivir porque aquí ya no hay', explica para recordar la extrema pobreza del área.
En San José algunas casas tienen paneles solares, suficientes para encender una bombilla y cargar algunos teléfonos móviles. Pero no hay un centro de salud o doctores. Ante cualquier emergencia solo se puede salir a la carretera en un vehículo todo terreno tras avanzar dos horas por un camino de tierra y encomendarse a lo divino.
La mayoría de los habitantes de la zona de adyacencia son mestizos que migraron desde los departamentos de Zacapa, Jutiapa e Izabal hacia las nuevas fincas hace más de 20 años. Sin embargo, estas poblaciones no han podido encontrar un método sostenible de vivir, ni desarrollo social. Solo la explotación de los recursos de la selva beliceña.
Ramón, un hombre de 50 años, petenero de nacimiento y trabajador en el proyecto Balam, que ayuda al turismo comunitario y caseríos marginales, recuerda un frondoso bosque en el que vivía en el municipio de Melchor.
'Petén fue invadido por ganaderos que quemaron la selva para criar ganado... Ahora solo hay planicies sin vacas. Esto mató la riqueza del departamento', rememora.
Pero no es el único ejemplo. En San Marcos, otra comunidad cercana a la frontera, ubicada en el municipio de Dolores, la vida es prácticamente igual, aunque es cierto que ha recibido un poco más de atención. Se implementaron proyectos de agricultura para sembrar yuca y camote y así poder variar la dieta a base de maíz.
Una mujer camina con su bebe en San José Las Flores, a pocos metros de la frontera entre Guatemala y Belice. EFE
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La otra es para secar las mazorcas de maíz para desgranar. Sus raciones las guardan en un granero de metal donado por el Gobierno.
Aunque los habitantes de esta comunidad han tenido menos conflictos con las autoridades beliceñas debido a que la zona de adyacencia se encuentra a varios kilómetros, su desarrollo ha sido casi inexistente.
'Es difícil vivir acá, estamos lejos de los pueblos. Cuando vine pensé que me iría mejor, pero solo encontré pobreza', dice Mario, un tendero de unos 60 años que no deja de hacer ademanes con las manos para espantar a los mosquitos que invaden el lugar por el fuerte calor del mediodía.
Los Gobiernos de Reino Unido y Guatemala han comenzado proyectos de siembra de cardamomo y crianza de peces tilapia. Sin embargo, mientras estos planes se concretan los viajes a la peligrosa zona de adyacencia continuarán.
Guatemala reclama unos 12,272 kilómetros cuadrados del territorio de Belice, casi la mitad de ese país, nacido de la colonia que el Imperio Británico formó en el siglo XVIII. Un litigio que ya ha cumplido más de 100 años y que pone en riesgo a los más vulnerables. A los nadie.