El teléfono suena, señala “número privado” y Juan Cuevas, director de un diario de Guerrero, en el sur de México, contesta, acostumbrado, las llamadas de narcotraficantes: “Me dicen ‘tu sólo tienes que informar, ni investigas, ni opinas, ni editorializas’”.
“El Debate de los Calenturos”, el diario de 3,500 ejemplares que dirige Cuevas, ocupa un pequeño local de dos plantas en Ciudad Altamirano, población de 3,000 habitantes en la Tierra Caliente, llamada así por las altas temperaturas y escenario de pugnas campesinas, guerrilla, cultivos de droga y, desde 2006, venganzas del narcotráfico.
Esta zona limítrofe de los estados de Guerrero y Michoacán, a unos 300 km de Ciudad de México, es dominada por La Familia, sanguinario cartel de las drogas envuelto en una disputa con otras grandes organizaciones del narcotráfico que deja en tres años más de 14,000 muertos.
A esa violencia no son ajenos los periodistas: México es el país más peligroso del continente para la prensa, con 57 comunicadores asesinados y diez desaparecidos desde 2000, según Reporteros sin Fronteras. “Cuando vemos en el teléfono ‘número privado’, sabemos que es alguien de algún bando. Nos reclaman por qué no publicamos los mensajes que dejan a un lado de los cadáveres, o nos exigen que no publiquemos los del otro grupo”, explica Cuevas, en cuyo periódico trabaja una decena de personas.
Intimidación
Marfelia Zavaleta, secretaria del diario, a menudo recibe las llamadas y tan sólo al ver “número privado”, se pone a dar vueltas en la minúscula redacción, nerviosa, hasta que se atreve a levantar el auricular. “Me atacan los nervios, se me olvida lo que me dicen.
Iba a renunciar cuando mataron a uno de los repartidores, tenía 16 años. No estaba vendiendo el periódico, parece que era ‘halcón’”, dice al referirse a adolescentes pagados presuntamente por grupos de la droga para vigilar la ciudad en motocicleta.
Israel Flores, reportero de 30 años y que hace quince trabaja en “El Debate”, con una pausa de cinco años para estudiar Periodismo en Ciudad de México, llega temprano a la redacción porque fue “un día tranquilo”, sin asesinatos ni otros hechos criminales. “Tomo muchas precauciones al salir a la calle, con la familia, llamo a mi esposa cada cierto tiempo. Algunos me dicen que mejor me vaya, que me dedique a otra cosa; pero es el gusto de la profesión y yo soy de aquí. A veces sí te hartas y necesitas un descanso”, comenta Flores.
En cambio, a sus 58 años, Cuevas no toma precaución alguna ni tiene seguridad en el diario. “Somos tan frágiles, estamos tan desprotegidos que si estas personas quieren, vienen a la oficina y me llevan a mí o a todos, o nos atacan”, dice.
En la rotativa aún tiene ejemplares impresos en la madrugada y en cuya contraportada lucen a todo color seis grandes fotografías de tres hombres asesinados el pasado domingo. A dos se les observa claramente el rostro.
La primera plana del diario fundado hace treinta años está dedicada a la política porque su director se resiste a consagrarla a la nota roja, a la que se vio obligado a dar seguimiento desde que recrudeció la violencia.
Profesión de alto riesgo
En México, el periodismo se ha convertido en una profesión de alto riesgo, con 57 comunicadores asesinados desde 2000 y diez desaparecidos, según organismos no gubernamentales que catalogan a este país como el más peligroso para la prensa en el continente americano.
El asesinato más reciente fue el de José de Jesús Galindo Flores, director de una radio universitaria de Jalisco, cuyo cadáver fue hallado el 25 de noviembre, atado y envuelto en una cobija en su casa. 'Desde 2006 son cinco periodistas muertos en Michoacán y seis desaparecidos. Según un estudio, en quince días renunciaron 25 compañeros de la fuente policial. Acá también nos llaman los narcos, nos dicen qué publicar, o nos reclaman, eso sí, muy amables', comenta con ironía un periodista michoacano que prefiere omitir su nombre.