"¿Cómo es posible no amar a su pueblo?": garífunas luchan por su futuro en Punta Gorda

Desde hace más de 228 años llegaron los garífunas a Honduras. Hoy observan cómo su cultura se desvanece, enfrentan aguas contaminadas y denuncian que el gobierno ignora sus demandas

  • Actualizado: 03 de diciembre de 2025 a las 13:02 -
Islas de la Bahía, Honduras

Por: Linda Käsbohrer

​​​​​Al entrar en la casa de madera pintada de amarillo y azul de Doña Iris, huele a especias frescas, coco y mariscos. Desde hace más de 20 años, la mujer, de 61 años, cocina en su Comedor Machuca ubicado en Punta Gorda, Roatán, Honduras.

"Probá", dice, y sirve un licor rojizo en un pequeño vaso. Es gifiti, una bebida ancestral amarga, especiada y ligeramente dulce por la miel. "Si te duele la espalda o estás cansado, tomás un trago. Eso ayuda", afirma con una sonrisa.

Su restaurante lleva el nombre de un plato clásico: sopa de machuca, una preparación de leche de coco, especias, mariscos y plátano majado. Para su esposo es indispensable agregar una cabeza de pescado. "Ayuda contra la anemia y da inteligencia", comenta entre risas.

Algunos días su local está lleno; otros, vacío. Pero, en general, asegura, desde la apertura en 2004 han llegado más turistas a Punta Gorda "y eso es bueno para nosotros".

Sopa Machucha con mariscos y plátanos machacados.

Este sábado al mediodía, varios habitantes de la comunidad están sentados en el comedor, entre ellos Omar Martínez, de 48 años, presidente del patronato de Punta Gorda. Su teléfono suena cada diez minutos.

"La municipalidad de San José Guardiola nos cobra impuestos que en realidad no nos corresponden, pero no invierte ni un centavo en nuestra infraestructura", afirma.

Omar Martínez (48), presidente del patronato de Punta Gorda.

Denuncia, además, que se destruye la naturaleza que es vital para su supervivencia. Zonas costeras llenas de manglares se entregan a proyectos hoteleros.

"Si un inversionista quiere talar manglares, puede hacerlo. Si uno de nosotros corta una sola rama, tiene problemas". Antes, el mar era cristalino, dice Martínez. "Hoy está turbio".

Martínez también ha vivido episodios de violencia. "Una vez vinieron dos hombres para matarme", asegura. "Por suerte vieron que no tenían ninguna posibilidad contra mí y se retiraron". Su conclusión es clara: "Nos quieren debilitar. Quieren sacarnos de las costas para comercializar la tierra para el turismo. Y lo hacen dividiéndonos con política y promesas vacías".

El pescador Elvis Lambert frente a su captura de hoy. “Hoy necesito el doble de tiempo para pescar la misma cantidad que hace diez años”.

Para muchos garífunas, esta situación tiene consecuencias directas. Elvis Lambert, de 39 años, vive de la pesca, como muchos en el pueblo. "Para atrapar la misma cantidad que hace diez años, hoy necesito el doble de tiempo", explica.

Declive cultural

Mientras Roatán es para turistas internacionales —en especial estadounidenses— un destino tropical de recreo, la isla posee para los garífunas un profundo significado histórico.

Según registros, los primeros garífunas llegaron el 12 de abril de 1797 desde la isla San Vicente a la costa hondureña. La comunidad surgió de la unión de africanos occidentales naufragados y personas esclavizadas que escaparon, con los indígenas caribes: una sociedad afroindígena que durante décadas resistió el dominio colonial británico en San Vicente.

Los sobrevivientes de ese conflicto fueron deportados por la fuerza por los británicos en 1797 y abandonados en Punta Gorda. Desde allí se desplazaron al continente y fundaron asentamientos a lo largo de las costas de lo que hoy es Honduras, Belice, Guatemala y Nicaragua, mucho antes de que existiera Honduras como Estado.

La violencia colonial, sin embargo, no terminó con la deportación. Muchos garífunas hablan hasta hoy de una actitud que transmite que su presencia es una molestia —una continuidad de estructuras coloniales.

Alfredo Arzú, uno de los últimos historiadores de la isla, enseña garífuna e historia y explica cómo la lengua, la espiritualidad y la identidad están profundamente entrelazadas.

En sus 71 años en Roatán, cuenta que ha observado un declive cultural visible —no porque los garífunas quisieran olvidar sus raíces, sino porque se les inculcó durante generaciones que su cultura valía menos—.

Recuerda cómo los niños garífunas eran ridiculizados en la escuela por hablar su idioma, a veces incluso por maestros que reproducían esa visión colonial. Al mismo tiempo, observa cómo los prejuicios religiosos se disipan lentamente. "Antes los tambores y los rituales eran condenados como cosas del diablo. Hoy incluso el obispo baila en las celebraciones al ritmo del tambor garífuna".

Pero Arzú no es solo historiador. También conoce el uso de plantas medicinales. A la pregunta de cuándo empezó con ello, responde: "Desde muy pequeño". Durante la pandemia, comenzó a utilizar ese conocimiento con más intensidad para apoyar a las personas del pueblo. Algunas plantas las ha sembrado en el jardín del Centro de Visitantes; otras crecen en patios familiares. De hojas y raíces prepara medicinas que ofrece a todos —de forma gratuita, subraya—. Porque los garífunas son una comunidad pacífica y solidaria, cuya forma de vida se basa en la responsabilidad mutua. "Tú para mí y yo para ti. Todos para uno, uno para todos".

Alfredo Arzú frente a plantas medicinales que sembró en el jardín de unos amigos. A la izquierda, una planta que ayudó durante la pandemia de COVID.

También la profesora de danza Clio Lambert trabaja en la transmisión de la cultura. Lambert enseña a los niños canciones tradicionales y ritmos de tambor. Les muestra la Punta —el baile de caderas—, pero también el más suave Fedu y la Parranda, donde los grupos van cantando de casa en casa para visitar a personas mayores.

"¿Quién puede decir algo en garífuna?", pregunta en voz alta. Las respuestas llegan tímidas: "Buiti binafi" —buenos días. "Itapiu?" —¿cómo estás? Muchos no saben más.

"Aunque el garífuna vuelve a enseñarse en las escuelas, en muchas familias ya no se habla en casa, sino español o inglés. Tenemos que transmitirles más", afirma Lambert.

La profesora de baile Clio Lambert posa con su falda tradicional después de la clase.

"Si la lengua desaparece, desaparece la cultura". Lambert canta, corrige un movimiento de cadera y ríe. Lo que aquí parece un simple curso es, para muchos niños, el primer acceso a su cultura, algo que hoy ya no es evidente.

Cuando cae la tarde, los mismos ritmos vuelven a resonar en Punta Gorda. El aire es cálido, la gente del pueblo se reúne en el centro, junto al mar. Ríen, conversan, comen.

Los instrumentos tradicionales de música.

En el Flamenco, una cabaña de madera junto a la playa, cuatro hombres rodean sus tambores, repitiendo los mismos movimientos que Clio enseñó a los niños por la tarde. Cantan sobre origen, amor y pérdida —canciones como "Garífuna Nuguya"—. Mujeres del pueblo entran una tras otra al centro, moviendo su cuerpo al ritmo de la Punta. Al escuchar la canción sobre identidad, dolor y orgullo, Arzú comenta: "Uno se pregunta: ¿cómo es posible no amar a su pueblo?". A veces, admite, "me pongo tan nostálgico que podría llorar".

Los tambores suenan como un latido que mantiene unido al pueblo. Un ritmo que demuestra que los garífunas siguen aquí y que su historia continúa en este lugar.

Únete a nuestro canal de WhatsApp

Infórmate sobre las noticias más destacadas de Honduras y el mundo.
Te gustó este artículo, compártelo
Últimas Noticias