La firma Standard & Poor’s (S&P) no solo le hizo pasar un momento humillante a la primera potencia económica del planeta en 2011 al rebajarle la nota Triple A -la máxima que se otorga a un país-, sino que desató un debate sobre el inmenso poder que han adquirido las agencias calificadoras de riesgo.
Desde que se tomó la polémica decisión se escucharon duras críticas contra estas firmas, que demostraron que tienen la capacidad de intimidar a los mercados. Una vez se conoció la noticia de la bajada en la calificación a Estados Unidos, los índices accionarios se derrumbaron como un castillo de naipes.
Las protestas del gobierno estadounidense no se hicieron esperar. Varios funcionarios de la administración Obama se expresaron con furia y atacaron a S&P, por lo que se consideró un error en la evaluación de la agencia.
Otras voces calificadas se han pronunciado al respecto. El premio Nobel de Economía Paul Krugman escribió en el diario The New York Times que si bien “Estados Unidos ya no es el país estable y confiable que fue alguna vez, la credibilidad de la propia S&P es aún menor; es el último lugar al que cualquiera debería recurrir para obtener una opinión sobre las posibilidades de nuestro país”.
La revista británica The Economist dijo que la reputación de las agencias calificadoras está manchada porque exageraron la calidad que dieron a las hipotecas subprime (de alto riesgo), que desataron la crisis financiera de 2008. El 93% de las empresas que emitieron bonos de hipotecas subprime tenían calificación Triple A.
Qué son y qué califican
Las calificadoras de riesgo son agencias que se dedican a clasificar créditos, activos de todo tipo y productos financieros.
El papel de las calificadoras de riesgo es fundamental, ya que valoran las posibilidades de impago. Cuando una empresa o incluso una nación desea financiación y emite deuda, suele solicitar la evaluación de una agencia. Según sea la evaluación de la agencia, el país o empresa deberá actuar en consecuencia y abonará más o menos interés según haya sido considerado de mayor o menor riesgo.
Esas valoraciones se basan en parámetros como la deuda amasada, la rapidez con que se ha devuelto la deuda previamente, la protección que se ofrece si hay impago etc. Cada una de las agencias tiene un método para hacer sus calificaciones, por lo que no siempre coinciden entre sí.
Una vez analizados y recopilados estos datos, la agencia valora el riesgo de impago que existe y pone nota a los evaluados, entre A y C, siendo triple A el máximo y D el mínimo. De modo que una triple A equivale a inversión fuerte y segura, triple B significa inversión segura, pero vulnerable a cambios económicos, triple C es una inversión poco segura, que depende demasiado de las circunstancias económicas. D significa cese de pagos.
Puestas en duda
Antes de rebajar la nota de la deuda estadounidense, las calificadoras ya estaban en el ojo del huracán en Europa.
Su excesivo poder se hizo evidente con la crisis de la eurozona. Moody’s rebajó a la categoría de bonos basura la deuda de Portugal e Irlanda y eso desató un ataque especulativo en los mercados que llegó a afectar la deuda de España e Italia.
Un artículo del diario El País de España dice que “las dudas sobre la fiabilidad de las agencias calificadoras empezaron a aflorar con el colapso de Enron, a finales de 2001. Pero quedaron en letargo durante la época posterior de vacas gordas. No solo no fueron capaces de ver lo que se cocinaba en las cuentas de la eléctrica, una de las niñas mimadas de Wall Street, sino que cuando reaccionaron fue tarde y con su repuesta incentivaron la desbandada de inversores”.