A menudo, madres y padres expresan que su hijo “se porta mal”, no les hace caso, no respeta los límites o entra en una rabieta por casi cualquier motivo. Estas quejas suelen ir acompañadas de sentimientos de desconcierto, malestar o incluso impotencia, por no saber cómo manejar de forma eficaz estas explosiones emocionales.
“Las rabietas y los problemas de conducta son algo que nos preocupa mucho a los padres, maestros y profesionales de la salud”, confirma Rafa Guerrero, psicólogo, director de Darwin Psicólogos y autor de Menudas rabietas, entre otros libros.
Tradicionalmente, ante una pataleta o un mal comportamiento, el adulto —influido por la educación que recibió en su infancia— tendía a criticar y a no atender la conducta que manifestaba el menor, señala Guerrero.
Entender en lugar de juzgar
“Hoy en día sabemos que todo ‘mal comportamiento’ infantil es un mensaje de S.O.S. dirigido al adulto, quien debe descifrarlo para comprender qué necesidad no está siendo cubierta”, explica el especialista en vínculos sanos y problemas de conducta.
“El objetivo no debería ser juzgar lo que la niña o el niño hace, sino entender por qué lo hace”, puntualiza.
Para Guerrero, padres y maestros “debemos aprender maneras más respetuosas de tratar a los pequeños, alejadas de castigos, chantajes o la indiferencia ante sus reclamos de atención”. La mejor vía, asegura, es satisfacer sus necesidades emocionales de forma prioritaria.
Según el psicólogo, las rabietas son normales y la mayoría de niños atraviesan esta fase. Sin embargo, los adultos pueden reducir su intensidad, duración y frecuencia si saben gestionarlas e incluso prevenirlas, fortaleciendo el vínculo con sus hijos.
Dentro del cerebro infantil
En muchos hogares y escuelas aún se busca que la “mala conducta” desaparezca, que la rabia no se exprese o que la frustración no exista. Esto es un error, ya que el control externo no atiende el malestar emocional subyacente, advierte Guerrero.
La docente y psicóloga Marisa Moya, entrenadora de Disciplina Positiva, recuerda que el cerebro infantil funciona de manera distinta al del adulto y que los pequeños “no pueden gestionar por sí solos emociones como ansiedad, miedo o rabia”. Además, dependen totalmente de que sus cuidadores y educadores se relacionen con ellos de forma adecuada.
Responder con cariño y respeto
La respuesta tradicional ha sido ignorar al niño mientras dure la rabieta, explica Guerrero. Sin embargo, si no se ofrecen respuestas afectuosas de forma reiterada, el menor no podrá asociar la conexión con el adulto con el alivio emocional.
“El niño enrabietado nos está diciendo: ‘No soy igual que tú’ y ‘no siempre pienso o siento como tú’”, señala el psicólogo, quien cita el proverbio chino: “Ámame cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite”.
Guerrero insiste en que un menor en plena rabieta está sufriendo. Aunque pueda ser etiquetado como “malo” o “desobediente”, lo que busca es atención, afecto y pertenencia al grupo familiar, en una etapa en la que no puede cuidarse por sí mismo.
Consejos para manejar las rabietas
Uno de los errores más comunes es no validar la emoción del niño. “La rabia es necesaria para defenderse, señalar una injusticia o poner límites”, indica Guerrero. También subraya que emoción y conducta son cosas distintas y no deben confundirse.
Mantener la calma es esencial. “Si el adulto, referencia del niño, se deja llevar por su emoción, habrá dos personas desreguladas”, advierte.
Durante una rabieta intensa, el adulto debe situarse a una distancia prudente: lo suficientemente lejos si el niño no quiere contacto, pero lo bastante cerca para que no se sienta abandonado.
Además, es importante darle tiempo para que procese la negativa a algo que deseaba mucho —por ejemplo, seguir jugando a los videojuegos—, hasta que la intensidad de la emoción disminuya.