Era la segunda vez que Olga Marina López y su hija Jennifer de once años intentaban la aventura. “Hoy sí vamos a llegar, ¿ verdad mami?”, le dijo entusiasmada la niña a su madre después de que juntas salieron de la comunidad de San Carlos, de Omoa, con la intención de llegar a Estados Unidos. Sin embargo, ninguna de ellas imaginó que aquel sueño se lo llevaría la muerte.
Jenifer era una niña inquieta que se destacaba como la mejor danzarina del grupo de alabanzas en la Iglesia de Dios de esa aldea donde nació. Los pastores profetizaban que sería una salmista consagrada, dice su vecina Ana, quien era como su tía.
Antes de emprender el primer viaje se fue de paseo con Ana a Puerto Cortés, pensando que ya no volvería por esos rumbos. Anduvo feliz caminando por el parque y comiendo golosinas que seguramente en Nueva Jersey, adonde la esperaba su tío Toño, no probaría.
En San Carlos, de Omoa, los familiares y vecinos de Olga Marina López estuvieron esperando impacientes la repatriación de los restos de la niña.
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La niña prefirió dejar sus danzas de alabanza y la escuela en la que cursaba el quinto grado, para acompañar a la madre en la búsqueda del sueño de ambas. Ayunaron durante cinco días, antes de salir de la aldea para que Dios no las desamparara en el camino.
La primera vez entraron por Corinto a Guatemala y después de cruzar todo el territorio chapín lograron entrar a México; pero cuando pasaban por Chiapas los detuvo la “migra” y las deportó. El carro en el que viajaban con el coyote se les arruinó en la carretera y fue entonces que les cayeron los uniformados.
No se dieron por vencidas. No había transcurrido un mes cuando estaban de nuevo en terrritorio mexicano; pero esta vez no sería la “migra” la que se interpondría en el camino, sino una tragedia en la que la niña perdió la vida, cinco días antes de cumplir sus once años. Ella decía que los iba a celebrar en el trayecto, pero una enorme ola le dio vuelta a la lancha en la que madre e hija viajaban junto con otros migrantes, navegando la barra de San José con playa abierta al océano Pacífico. El lugar es descrito como un paraje donde prevalece un fuerte oleaje, a 27 kilómetros de Tapachula.
Con la niña se ahogaron sus sueños de ver a su tío Toño y de jugar en la nieve haciendo muñecos como solía ver por la televisión. “También soñaba con ser modelo, por eso no quería engordar”, comentó Ana, su vecina y amiga.
En la tempestad sucumbieron con Jennifer un niño salvadoreño y el hondureño Carlos Daniel Aguilera (de siete años), quien iba acompañado de su madre Karen Suyapa Aguilar.
Todos iban apretujados en la pequeña embarcación. “Yo llevaba a mi hija en medio de mis piernas, íbamos tranquilas, no estábamos asustadas, yo pensé que era un viaje normal”, comentó Olga Marina luego de regresar sin su pequeña a su casa.
Una ola se levantó de repente y sacudió la lancha, pero todos volvieron a caer dentro de la misma; pero una segunda ola más fuerte le dio vuelta y fue entonces que sucumbieron los tres menores mientras el mismo mar devolvió al resto de migrantes a la orilla, casi a punto de ahogarse.