Camila pinta acostada en el suelo, rodeada de lápices que ruedan. Su mirada alterna entre la hoja, un espejo que tiene delante y el cuadro de “la señora de cejas gruesas”. Aprende a dibujar su primer autorretrato tomando como ejemplo el que pintó Frida Kahlo en 1942.
Muy cerca, los “gordos” del colombiano Fernando Botero que tanta gracia le causaron a Camila son testigos del enojo de otros visitantes del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Malba, que no entienden cómo permiten que este grupo de menores esté desparramado sobre el piso, riendo y hablando fuerte. ¡Y dibujando!
“Los niños buscan cosas distintas, ellos no toman un museo como un espacio aburrido cuando la actividad está a la altura de lo que esperan y les permite ser protagonistas”, señala a la agencia dpa Florencia González, coordinadora del Departamento de Educación y Acción Cultural del Malba.
“Prohibido no tocar” es a su vez el nombre del cercano Museo Participativo de Ciencias, MPC, donde la teoría de los manuales de educación se convierte en experiencias palpables y visibles para asombro de grandes y pequeños.
“Aprender ciencias no tiene por qué ser aburrido”, subraya el MPC, apelando a un lema que se reitera en los ámbitos que buscan despegarse de las tradicionales visitas guiadas para observar de lejos sin comentar ni participar.
Una atención especial
Los museos “pasaron de ser lugares para cosas a lugares para personas” y el desafío de los museólogos es entender el contexto en que viven ahora los niños para atraerlos e interesarlos. “No se les puede pedir mirar 30 minutos un cuadro. Tienen una atención repartida, están en cuatro cosas al mismo tiempo y eso no significa que no tengan atención, sino otro tipo de atención. Se criaron con la televisión, el zapping, Internet y el chat”, sostiene González. Ver cómo brotan los rayos de la propia mano, cómo se produce un arco iris o experimentar con el propio cuerpo las leyes de la mecánica: los recursos para involucrar a los niños son casi infinitos.
Viven su propio mundo
A veces, tan sólo un papel y preguntas disparadas desde la fantasía y la libertad que dan los ocho años generan nuevos mundos. Con música, cajas de texturas, réplicas que se pueden tocar, juegos de ingenio y rompecabezas, los chicos se aproximan a las obras de arte desde un lugar lúdico y con participación activa. Los más pequeños intentan acomodarse en un marco hueco como la figura del cuadro “Abaporu” de la brasileña Tarsila de Amaral; los más grandes, se involucran con “Manifestación”, del argentino Antonio Berni.
“Quiero comida más rica en la escuela”, escribe una niña en una pancarta ante la sorpresa de su maestra. La pequeña arma en el taller del museo una bandeja con alimentos coloridos y atractivos y la docente reconoce que los almuerzos escolares no tienen gusto a nada. Los más grandes van un paso más allá. “Los adolescentes son más críticos y cuestionadores y hay que habilitarles espacios para estos intercambios”, señala la coordinadora del Malba, que vivió encendidas discusiones frente al cuadro de Berni.
DPA