Dismorfia corporal, una lucha silenciosa con el propio reflejo

"No pongo fotos mías, ni me dejo ver, porque tengo un ojo dañado y me da pena. Qué tal y se burlan de mí. Siento que cuando la gente ve cómo soy, todos me tratan diferente", contó Ana Julia, una joven que vive en silencio el trastorno de la dismorfia corporal (TDC)

Dismorfia corporal, una lucha silenciosa con el propio reflejo
San Pedro Sula, Honduras

Ana Julia Perdomo (nombre ficticio a pedido de la entrevistada) es originaria de un pueblo del sur de Lempira y tuvo que dejar a su familia y su vida allá, por un trabajo como asistente de hogar que le ofreció una familia de Tegucigalpa.

Aunque es de origen humilde y apenas hizo sexto grado, rápidamente se adaptó a la ciudad. Con sus primeros pagos se compró un celular y abrió redes sociales. En sus ratos libres vio en Tiktok una oportunidad para ganarse unos ingresos extra.

Haciendo uso de una foto genérica, usa un seudónimo en el que comparte canciones y mensajes cristianos de reflexión, todo en los famosos "lives", que son los únicos que paga la plataforma en Honduras. Su cuenta fue ganando amigos, y ya tienen más de 80,000, pero su rostro nadie lo conoce.

La dismorfia corporal afecta a muchos adolescentes

"No pongo fotos mías, ni me dejo ver, porque tengo un ojo dañado y me da pena. Qué tal y se burlan de mí. Siento que cuando la gente ve cómo soy, todos me tratan diferente", contó.

Aunque su problema es poco perceptible (su ojo tiene una catarata), ella lo cubre con su cabello, que por lo general, le cae del lado del rostro que quiere tapar.

Siempre que sale, su personalidad cambia y se asegura a cada instante, de que el cabello no se le mueva ni un centímetro, una lucha constante que muchas veces la deprime y la hace no salir, ni en sus días libres. "Creo que no soy bonita", dijo con pesar.

Lo que Ana Julia sufre en silencio es el trastorno de la dismorfia corporal, que en esencia, es una lucha silenciosa con el propio reflejo.

Quien lo padece vive atrapado en la idea de que una parte de su cuerpo, que puede ser la nariz, la piel, el cabello, los músculos, es “defectuosa” o inaceptable, aunque los demás apenas lo noten o no lo vean en absoluto.

Dismorfia corporal, una lucha silenciosa con el propio reflejo

Esa percepción distorsionada se convierte en una obsesión diaria: revisarse frente al espejo, compararse con otros, esconderse bajo ropa o maquillaje, e incluso evitar el contacto social. No se trata de vanidad, sino de un malestar profundo que afecta la vida emocional, laboral y académica de las personas.

La psiquiatra estadounidense Katharine A. Phillips, reconocida por sus investigaciones sobre este trastorno, publicó en 2021 en la revista Focus de la Asociación Americana de Psiquiatría que entre el 2 y el 3% de la población general vive con dismorfia corporal.

En escenarios donde la apariencia es el centro, como la dermatología y la cirugía estética, la cifra es mucho mayor: un metaanálisis reciente publicado en JAAD International en 2025, encontró que entre un 11% y 19% de los pacientes que buscan estos servicios cumple criterios de este trastorno.

El inicio suele ser temprano de acuerdo a una investigación difundida en la Child and Adolescent Psychiatry and Mental Healt, reveló que la edad promedio de aparición es de 16 a 17 años, una etapa especialmente vulnerable.

Además, suele presentarse junto con depresión, ansiedad social o trastorno obsesivo compulsivo, como concluyeron en una revisión publicada en 2019.

El panorama se agrava cuando se mira al riesgo suicida. En un estudio clásico de 2007, Phillips ya advertía que hasta el 80% de los pacientes había tenido pensamientos suicidas.

Más allá de los números, lo que está en juego es la dignidad y la salud mental de quienes conviven con esta condición. De acuerdo a los expertos, la sociedad multiplica los espejos a través de las redes sociales, donde los filtros y los estándares irreales de belleza pueden reforzar las inseguridades.

El trastorno de la dismorfia corporal nos recuerda la urgencia de mirar más allá de la superficie: reconocer la profundidad del sufrimiento, acompañar sin juicio y abrir espacios de tratamiento basados en evidencia (como la terapia cognitivo-conductual y los medicamentos adecuados) que devuelvan a la persona la posibilidad de habitar su cuerpo con paz.

Dismorfia corporal, una lucha silenciosa con el propio reflejo

Un trastorno cada vez más común

Durante el inicio de la campaña Mente Sana 2025, que arrancó con talleres dirigidos a maestros, la psicóloga Liza Paz, especialista en dismorfia corporal en VIVE | Centro Integral de Terapias Artísticas, explicó a los docentes cuáles son las principales manifestaciones de este trastorno y cómo diferenciarlo de otros problemas de salud mental.

Paz señaló que la dismorfia corporal pertenece al grupo de los trastornos obsesivos compulsivos (TOC) y se caracteriza por una preocupación intensa y persistente por una o más partes del cuerpo. Aunque para la persona afectada el defecto físico resulta muy notorio, para los demás suele ser imperceptible.

Entre las conductas más frecuentes se encuentran mirarse de manera repetitiva en el espejo, compararse con otros, arreglarse constantemente y evitar situaciones sociales por miedo a ser juzgado.

La especialista explicó que, en el diagnóstico diferencial, este trastorno puede confundirse con otros.

En los trastornos de la conducta alimentaria (anorexia y bulimia) también existe una preocupación por la imagen corporal, pero centrada en el peso y la alimentación, no en defectos aislados.

En la ansiedad social hay temor al juicio de los demás, pero de forma global; en cambio, en la dismorfia corporal el miedo se concentra en un rasgo físico percibido, explicó la psicóloga.

70%
de los jóvenes con TDC

tienen al menos otro trastorno psiquiátrico coexistente, principalmente trastornos internalizantes como depresión o ansiedad.

Además, suele presentarse junto con depresión, ansiedad social o trastorno obsesivo compulsivo, como concluyeron en una revisión publicada en 2019.

El panorama se agrava cuando se mira al riesgo suicida. En un estudio clásico de 2007, Phillips ya advertía que hasta el 80% de los pacientes había tenido pensamientos suicidas.

Más allá de los números, lo que está en juego es la dignidad y la salud mental de quienes conviven con esta condición. De acuerdo a los expertos, la sociedad multiplica los espejos a través de las redes sociales, donde los filtros y los estándares irreales de belleza pueden reforzar las inseguridades.

El trastorno de la dismorfia corporal hace ver la urgencia de mirar más allá de la superficie: reconocer la profundidad del sufrimiento, acompañar sin juicio y abrir espacios de tratamiento basados en evidencia (como la terapia cognitivo-conductual y los medicamentos adecuados) que devuelvan a la persona la posibilidad de habitar su cuerpo con paz.

Los adolescentes son más propensos al TDC porque atraviesan una etapa de cambios físicos, construcción de identidad y fuerte influencia social. Esto, combinado con factores de personalidad y contexto, dispara el riesgo de obsesionarse con la apariencia.

Con el TOC clásico comparte las obsesiones y rituales, aunque en este caso las obsesiones siempre están relacionadas con la apariencia. En la hipocondría, la preocupación se enfoca en la salud o posibles enfermedades, mientras que en la dismorfia es estética.

Y en el caso de la personalidad evitativa, el aislamiento social es general, mientras que en la dismorfia se da específicamente por la percepción negativa de la propia imagen.

Entre los síntomas emocionales más comunes están la vergüenza intensa, la ansiedad social, la depresión y los sentimientos de inutilidad.

En el plano conductual, predominan el uso excesivo de maquillaje o ropa para ocultar “defectos”, la búsqueda de procedimientos estéticos —que no resuelven el problema porque no es físico, sino psicológico— y la constante comparación con los demás.

Los factores de riesgo incluyen predisposición genética y alteraciones en neurotransmisores como la serotonina, además de rasgos de perfeccionismo e inseguridad.

A nivel social, el bullying y la presión de las redes sociales actúan como detonantes. Según datos internacionales, la prevalencia mundial oscila entre 1.7% y 2.4% de la población, aunque en Honduras no existen estadísticas específicas.

La psicóloga subrayó que los docentes son “observadores privilegiados” porque después del hogar, la escuela es el espacio donde los adolescentes pasan más tiempo. Aunque no les corresponde diagnosticar, sí pueden identificar señales de alarma y canalizar a los estudiantes hacia atención especializada.

El Trastorno Dismórfico Corporal (TDC) es una condición silenciosa que atrapa a quienes lo padecen en una lucha constante contra su propio reflejo. Aunque los demás apenas noten algún detalle, la persona lo percibe como un defecto intolerable.
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Redacción web
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