Clamor de damnificados: "Por favor, que nos manden a arreglar los bordos”
Ya salieron huyendo de las llenas del Ulúa dos veces este año, y las lluvias apenas inician. Pobladores de Las Chumbas, una colonia en medio de los excampos bananeros de El Progreso, Yoro, volvieron a sus casas, pero con el miedo de que apenas llueva otra vez, el río los vuelva a "asustar"
- 06 de julio de 2025 a las 22:50 /
En los excampos bananeros el miedo no es que el río Ulúa se desborde, sino cuándo y en qué momento del día lo vuelva a hacer.
El miércoles 18 de junio, el río estaba en alerta roja. Creció de forma amenazante debido al huracán Erick, el primero de la temporada en el océano Pacífico, que provocó intensas lluvias en el sur y occidente de Honduras.
Ese día, el poderoso caudal alimentado por diversos afluentes de la cuenca del Pacífico, se desbordó por primera vez este 2025.
Lo hizo a través de una ruptura de aproximadamente 100 metros lineales en el bordo del canal de alivio del campo Amapa, cerca de la colonia Duarte.
La segunda crecida ocurrió 11 días después, el domingo 29 de junio. Una vez más, el Ulúa se desbordó por el mismo canal de alivio y a través del mismo boquete en el bordo.
Para desgracia de los campeños, la crecida fue mayor. No solo inundó a Amapa, La Duarte, Naranjo Chino y colonias cercanas con alrededor de 2,000 pobladores.
Llegó incluso hasta Las Chumbas, una pequeña aldea localizada varios kilómetros al este, que también sufrió las consecuencias de la ruptura de ese boquete.
De esa comunidad, ubicada en el punto medio entre los excampos bananeros Las Flores y Naranjo Chino, al norte de esta ciudad, unas 60 personas estuvieron damnificadas y refugiadas durante cuatro días en la escuela Pedro P. Amaya de casco urbano de la Perla del Ulúa.
Entre todos ellos estaba Rosario Herrera, de 64 años. Cargaba con gran cuidado un pollito de días de nacido, y una gallina, a la cual le amarró una cabulla en la pata para que no se le fuera. Con ella también estaba su familia.
Todos fueron evacuados y puestos a salvo, pero ese día -el pasado miércoles- subían sus cosas de nuevo a un camión para regresar a casa.
Tras un recorrido de unos 30 minutos, estaban de nuevo en casa. Con el retroceso de la segunda llena causada por el río en menos de dos semanas, en esta ocasión no encontraron tanto lodo como otras veces, pero el olor a “llena” impregnaba el ambiente.
Cuando las crecidas bajan, algunos animales que no logran ser rescatados se descomponen rápido, impregnando el ambiente de su hedor.
El pueblo estaba solo. En el bus llegaron todos aquellos que viven en torno al campo de fútbol y en las cercanías de las plantaciones de palma africana que desde hace décadas borraron el pasado bananero de El Progreso.
Apenas bajaron sus pertenencias y descargaron los sacos en los que llevaron sus enseres más valiosos, los volvieron a invadir los miedos. “¿Y qué va a pasar si sigue lloviendo? ¿Nos vamos a volver a inundar?”, decía la señora Rosario, sin tener quién le diera respuestas.
“Lo único que queremos es que por favor nos manden a arreglar esos bordos, porque ya no queremos salir de las casitas que tenemos. Que se pongan pilas”, exigía mientras recuperaba las bolsas con víveres que les dieron en el albergue junto a colchonetas y un par de frazadas.
Tras revisar que nada faltara ni en su casa ni en su patio, Rosario daba gracias a Dios de que el nivel del agua no llegara tan alto, evitando así perder los enseres de su hogar, que tanto le han costado. Pero, la comunidad de la señora Rosario no es la única con una mezcla de miedo, molestia y frustración.
Inundados por negligencia
Entre el centro de El Progreso y la comunidad de Urraco hay una distancia exacta de 30 kilómetros.
Si la carretera de tierra estuviera siempre en buenas condiciones, el recorrido se haría en una hora y media, pero por su penoso estado el viaje puede durar hasta dos horas si se va a velocidad moderada.
Desde que se pasa el puente Plateado, el campo Buena Vista localizado en paralelo con el río Ulúa es el primer gran poblado en el camino.
Apenas se empieza a recorrer es imposible no retroceder al pasado bananero de Honduras.
Con barracones aún en pie como testigos de esa época de auge y bonanza, el tiempo en ellos parece haber hecho pausa.
Nelsy Geovanina Rodríguez, lideresa comunitaria de Buena Vista, es vocera de los que tienen miedo y de los que a su vez están indignados y no dudan en poner el dedo a los culpables de que con las primeras lluvias ya haya damnificados.
Ella considera que los excampos bananeros deberían ser considerados un patrimonio nacional, pero en cambio, están en total abandono.
Señala negligencia; y prueba de ello, dice, es que el bordo por el cual el río ya se metió dos veces, debió repararse el año pasado y no se hizo cuando se pudo.
En su comunidad, si bien el bordo no está roto, la altura que tiene no es la adecuada y corre el riesgo de ser superado por una crecida potente del Ulúa.
Ella demanda obras de protección urgentes e inmediatas, a corto plazo, en varios puntos de los excampos, ya que afirma que muchas personas hoy son damnificadas por la negligencia de funcionarios públicos, en particular de la Secretaría de Infraestructura y Transporte (SIT).
“El llamado es al ministro Octavio Pineda, para que invierta en la infraestructura de los bordos. Para que salve vidas humanas, de niños, ancianos, mujeres emprendedoras. Todo proyecto se licita en Tegucigalpa, no se aprueba en San Pedro”, demandó.
Señala que en la actualidad viven en zozobra, porque no solo es un bordo el dañado, hay varios con problemas y miles de personas en riesgo, ya que el invierno apenas comienza.
“Entiendo el miedo de La Duarte porque en Buena Vista nos hemos inundado muchas veces. Nos afectó Eta y Iota y con la tormenta Sara se nos metió el agua tres veces. Yo me pongo en sus zapatos porque lo vivimos”, afirmó Rodríguez.
Rodolfo Trejo, presidente del patronato del campo Buena Vista, no es tan optimista con reparaciones a corto plazo, ya que por lo general, llegan ingenieron, miden, y luego se van. Cree que no es tiempo de licitar obra, ya que las comunidades están en emergencia.
“Mejor no liciten, mejor pónganse a trabajar, es de emergencia, es urgente, gritamos socorro”, afirmó Trejo, quien lamentó la situación que ya enfrentan los pobladores de los campos.
“Están aburridos de salir con sus cosas, perdiéndolas. Bueno, usted ya lo ha dicho y todo, no solo yo, casi toda la comunidad sale, se va y pierde todo, pierde a sus ancianos, pierde parte de su hogar, pierde familias que se van y no vuelven. Y esto es devenir insoportable”, dijo con descontento y mucha desilusión.