04/05/2024
12:01 AM

“Busqué refugio en la calle porque pedí apoyo y nadie más me lo dio”

LA PRENSA Premium recorrió durante cuatro horas los centros de internamiento El Carmen en San Pedro Sula y recogió testimonios exclusivos de los menores infractores

San Pedro Sula, Honduras.

Honra a Dios y cumple sus mandamientos” y “el tiempo de Dios es perfecto” son algunos escritos bíblicos plasmados sobre las viejas paredes y bases de cemento en los dormitorios de los centros de internamiento El Carmen, sitio donde cientos de jóvenes han encerrado su esperanza y enterrado su mayor pecado cometido al otro lado del muro: extorsión, violación, asesinato, robo y todo lo demás por imaginar.

Sus testimonios son tan difíciles como conmovedores, las voces de estos niños y jóvenes exclaman a gritos su sentimiento de estar donde nadie quiere estar. Todos los nombres fueron modificados para protegerlos.

Son apenas las 10:00 am y el equipo de LA PRENSA Premium, tal y como se había pactado, transita en el hermético sector El Carmen... Los conocedores saben que es una de las zonas más conflictivas de San Pedro Sula por el predominio de la Mara Salvatrucha.

Datos

1. La mayoría de internos que permanecen en ambos centros son de una edad comprendida entre 16 y 23 años de edad, según datos estadísticos.

2. El programa de medidas sustitutivas da seguimiento a menores infractores que reciben libertad supervisada. Se fortalece el vínculo familiar.

3. Los centros no cuentan con un espacio idóneo para visita conyugal, solicitud hecha anteriormente por los menores, en opinión de expertos.

Al llegar a las afueras del edificio se nota un silencio sepulcral en los alrededores, hay pulperías abiertas y se observa poca circulación de personas.

Afuera no hay vigilancia... pero de pronto salen un hombre y una mujer con uniforme y carné institucional, preguntando: “¿Ustedes son de LA PRENSA que vienen de visita a los centros?”, a lo que se les responde que sí. Seguidamente abren uno de los portones de entrada, piden los datos personales y avisan que van a revisar para verificar que no haya objetos prohibidos.

Adentro parece otro mundo, nada que ver con lo acostumbrado o imaginado, se oye el cantar de los pájaros y el predio luce limpio. Consultamos a los custodios del por qué no portan armas, y responden que no está permitido, solo la defensa personal. Después de unos 15 minutos de revisión y llenado de fichas nos llevan a la oficina del director Óscar Danilo Turcios, un hombre de contextura gruesa y porte alto, quien se levanta de su elegante silla para darnos la bienvenida con un firme apretón de manos y pide nos sentemos mientras su asistente trae una taza de café con pan. Concedió entrevista de una hora, la cual aparecerá en la siguiente entrega.

Cuando el celular marca que ya son las 11:30 am decidimos salir de la zona cómoda con aire acondicionado, televisor, escritorio y archiveros donde estamos, para conocer a detalle el centro Pedagógico, destinado para menores de 18 años. Mientras caminamos, el director muestra cómo están las áreas verdes, zonas de convivencia y recreación, incluyendo una cancha en no tan buenas condiciones.

Menores conversando sobre sus experiencias en los centros de El Carmen.

El funcionario nos lleva a la cocina, donde almacenan la comida y hay un gran comedor.A lo lejos se avizora el punto donde ocurrió una masacre hace años, quedaron las huellas imborrables de lo sucedido y la historia que marca a este lugar. Ahora miramos las aulas de clase y arribamos a un taller de panadería, adonde está don Julio García, quien trabaja con varios jóvenes; entre ellos Kevin (nombre ficticio), un muchacho de 17 años, quien comenta que “caí por violación, no me gustaría que alguien más pasara por lo mismo; pero Dios me ha dado una segunda oportunidad”.

Don Julio, mientras mueve agitadamente sus manos para moldear la masa con la que elaboran el pan, explica con satisfacción que los adolescentes aprenden rápido y son excelentes personas. Minutos después se acercan seis infractores más, un poco nerviosos según noto, entonces lo invitamos a participar en la tertulia.

Marcos (nombre ficticio), pequeño de estatura, el menor de todos y que parece ser el más extrovertido del grupo, recuerda que cumplió 14 años el 31 de mayo, pero que “fue un día triste” porque “lo pasé aquí, mi mamá me trajo pastel y lo compartí con compañeros”. Cristian (nombre ficticio), con rostro cabizbajo, insta a los que están afuera a hacer el bien. “En Honduras sí se puede estudiar y trabajar, solo hay que buscarlo, pues imagínense que estando aquí aprendí barbería y carpintería”, subraya.

Otro joven de 17 años, Andrés (nombre ficticio), que cayó por extorsión, menciona que aprendió a hacer mesas, joyeros y carritos. En otro extremo está sentado José (nombre ficticio), de 16 años, pronuncia con emoción que aprendió a hacer mesas y está satisfecho con las enseñanzas del abuelo (don Julio).

“Hago semitas y otras cosas, me siento contento de estar en este lugar. Tengo un año y cuatro meses, la vida me ha cambiado y al salir pienso dedicarme a hacer pan, jugar fútbol y compartir con mi padre”, exterioriza otro menor que está acusado de violación. A su vez manifiesta con tono de arrepentimiento que “el tiempo atrás no se puede regresar, pero solo Dios sabe”.

Tras conversar sobre el cálido pasto del centro nos dirigimos a los dormitorios, que se muestran ordenados, con ventilación natural, hay productos de higiene personal y estantes con libros, uno de ellos habla sobre modificación de conducta.

Jóvenes del centro para Intermedios relatando cómo viven el día a día en El Carmen.

Al costado está un gigantesco muro que divide el llamado centro de Intermedios, ese es el otro lado, allí todo es distinto, es un lugar para jóvenes mayores de 18 años. En la entrada del portón de acceso hay varios custodios y es apenas el primer filtro de una zona tan diferente al área pedagógica: hay cámaras de vigilancia contrario al anterior, 35 custodios en comparación a 25 del Pedagógico, está cercado de extremo a extremo y se siente un calor infernal.

El espacio donde se permanece es reducido, hay una cancha para practicar deporte y dormitorios con sus baños. En Intermedios hay población común y de la Mara Salvatrucha, así se les denomina para diferenciar los grupos. De repente cruzamos el corredor rodeado de alambre ciclón y serpentina mientras avanzamos a través de las puertas y candados que cada uno de ellos abre y cierra enseguida a nuestro paso.

Uno de los módulos en funcionamiento en el centro para Intermedios.

En el módulo de población común hay varios de ellos conversando y jugando dominó. Tras mirarnos su rostro se pone tenso y algunos inquietos, seguramente porque miran cámaras, libretas, lápices y a un par de extraños, inmediatamente autoridades explican el motivo de la visita e inicia un diálogo ameno y de escucha. “Tengo dos meses y 10 días de estar aquí, al inicio sentía miedo, pero empecé a conocer a mis compañeros y nos fuimos llevando bien”, dice uno de los jóvenes en conflicto con la ley por robo continuado.

“Todos cometemos errores, pero se aprende y nunca es tarde para ser alguien de bien. Muchas veces pasa porque no tenemos familia ni el apoyo, en mi caso no tengo madre ni padre, quedé solo, busqué refugio en la calle porque otras personas me lo negaron, intenté rescatarme, pero nadie me lo dio”, relata Alexis (de 19 años) (nombre ficticio) con voz nostálgica y mientras un brillo penetra sus ojos.

En tanto, Adolfo (de 18 años) (nombre ficticio), rememora en confianza que “llevo un año y tres meses en este sitio, cuando llegué no podía leer ni multiplicar y ahora sí, además aprendí sastrería y les enseño a todos”.

Menores infractores disponen de escuela, colegio y oficios en ambos centros.

A su lado izquierdo está Pedro (de 22 años) (nombre ficticio), de lentes claros y vestimenta formal, pareciera que no encaja en el círculo y es muy educado. “¡Hola!”, comienza saludando, nos estrecha la mano y sonríe mientras sujeta un cuaderno, luego testimonia que “estoy en la universidad estudiando Ingeniería Electrónica”. Al consultarle del por qué está aquí, nos responde escuetamente que “un familiar me quiso hacer daño. Al salir quiero seguir con mis estudios y microempresa de teléfonos y reparaciones que tenía” (sonríe).

De su lado, un reincidente por incumplimiento de firma comenta que “Dios tiene un propósito con nosotros, los padres aconsejan, pero nos acercamos a otras personas e inician los vicios. Mi plan es buscar de Dios, he reflexionado, no sabía leer y ahora sí, incluso soy barbero”.

Tienen la oportunidad de aprender panadería, costura, carpintería, barbería y mucho más a través de los diversos talleres.

Se acerca la 1:30 pm de la jornada, toca entrar a un módulo con población identificada como MS, pero son jóvenes cuya vida se está transformando. “Tengo seis meses y 10 días aquí y el personal nos ha tratado bien. He aprendido a costurar y cortar pelo, pero al salir quisiera prepararme para ser médico”, expresa uno de ellos.

“Dios sabe por qué me tiene acá, allá afuera hacía el mal. Al salir seré mejor persona, estudiaré y tendré un trabajo para darle lo necesario a mi hijo”, sostiene Diego (nombre ficticio), cuyo sueño es ser ingeniero o forense. Al cierre de la charla, otro de ellos, cuyo anhelo es ser docente, reconoce que “quizá no sea para nosotros estar acá, pero es necesario para recapacitar”.

Continuando con el recorrido, en un taller de sastrería están una instructora y jóvenes que hacen maravillas con las máquinas. Al entrar a los dormitorios habilitados y los que están en proceso de remodelación miramos un contraste de textos bíblicos, mensajes de artistas musicales e incluso una especie de culto a la santa muerte.

Dibujo sobre una de las paredes de los dormitorios que están siendo remodelados.

Nos despedimos entre sonrisas, saludos de mano y abrazos antes del atardecer, con pizza y pan hecho por ellos mismos. Allá quedaron sus voces y sueños mientras toca su puerta la ansiada libertad.

Esta narración no es la que buscamos por lo general los periodistas: dónde nació, a qué se dedicaba o por qué lo hizo, pues eso quizá se lo dijeron a las víctimas, a las familias o a quienes lastimaron, pero que ahora, como aseguran ellos, quieren reparar. En sus testimonios hubo algo en común: antes de pensar en su futuro y pedir perdón pasaron un escenario de revictimización y resentimiento a una justicia restaurativa.