No hace falta ser economista para interrogarse muchas veces sobre las causas de la pobreza material. A lo largo de la historia nunca han faltado personas y grupos que han pretendido explicar las razones por las cuales hay sociedades que viven en la abundancia mientras otras llevan existencias paupérrimas.
Lo curioso, además, es que aquellos grupos humanos que se han debatido en la miseria muchas veces han dispuesto de feraces recursos naturales y numerosa mano de obra, mientras que los que han alcanzado altos niveles de desarrollo económico a veces han debido luchar denodadamente contra las fuerzas de la naturaleza o carecer incluso de suficientes fuentes de alimentación.
La misma historia ha demostrado que la cantidad de personas que habita una región no determina su riqueza, hay naciones superpobladas muy ricas y países que cuentan con pocos habitantes que padecen carencias extremas. Tampoco hay relación alguna entre ubicación geográfica y atraso, como se pensó allá por el siglo XVI, ni entre subdesarrollo y filiación étnica o creencias religiosas, como también algún autor señalara en determinada circunstancia.
Hay, sin embargo, una relación irrefutable entre pobreza material y miseria moral.
Por ejemplo, cuando los pueblos han sido gobernados por élites políticas cuyo único fin ha sido enriquecerse o cuando se ha dado carta de ciudadanía a una aberración ética, piensen en la Sudáfrica del 'apartheid', grandes conglomerados humanos han sido condenados a vivir bajo condiciones infrahumanas mientras unos cuantos se cebaban a costa de la mayoría.
Hay, por supuesto, otros tipos de miseria moral que han contribuido y contribuyen a la pobreza material de los pueblos, como la falta de una cultura tributaria, o no pagar impuestos descaradamente, o aquella actitud tan errada como difundida que lleva a pensar que la conducta personal privada nada tiene que ver con la conducta personal pública, como el que piensa que puede ser honesto aunque le ponga los cuernos a la mujer o que puede ser honrado mientras tiene hijos regados por toda la geografía patria. La verdad es que una cosa lleva a la otra; la miseria moral lleva, invariablemente, a la pobreza material. Así, mientras haya menos ladrones habrá mayor riqueza y mientras haya más gente honrada habrá mas desarrollo, y, al revés, entre más sinvergüenzas, más pobreza, y a mayor leperada, mayor miseria.
Siendo así las cosas, ya sabemos por dónde comenzar. Lástima que aquella famosa 'revolución moral' se haya quedado en los discursos y no haya sacudido como se debía a esta Honduras aún irredenta.