Valga el ejemplo de uno de los sicarios de las tropas expedicionarias de los tiempos de Carías que, en los 'refuegos' de las bananeras, miró de espalda, en una puja de naipes, a su víctima de pelo aindiado, lo tomó de la cabellera y en un decir amén le rebanó de cuajo el pescuezo con un 'patecabra'. Al darle vuelta a la cabeza se dio cuenta de su error: ¡no era el sujeto buscado! Perdone, hermano, dijo el matón tirando la testa al suelo, pero ya era tarde. Su compinche, actor intelectual del crimen, comentó al saber del error de su contratado: 'No te preocupés, bróder, bien hecho, para que no se ande pareciendo, ningún cabrón, a nuestros enemigos'.
Casi por allí andamos en involución en los tiempos que soplan. Acá, la culpa siempre la ha tenido el muerto. La Policía, los chafarotes, la secreta, los tránsitos o los paramilitares, como es su inveterada costumbre, se lavan las pezuñas. 'Se nos fue la mano'. O aducen, con surte: 'accidente de trabajo'; que el asesinado no respetó la autoridad. En fin, se inventan historias tan bien hilvanadas que tornan pálida a la más pintada novela policíaca.
El citadino está manos arriba. No sabe de dónde le va a caer el leñazo. Sale a la calle a la buena de Dios, como si fuera venado tirado: viendo cual búho, para todos lados. Está atrapado sin salida. Tiene varios frentes. Vive bajo el fuego cruzado de antisociales de toda laya.
Hoy puede que los plomazos sean del crimen organizado o, pueda, que sean las balas de los angelicales mercaderes del bloque de nieve cruzado que vuelan, como Juan por su casa, por este cielo de pálido azul. Mañana, tal vez, sin sorprenderse, la estocada sea del criminal de a pie o, quizá, la ráfaga provenga de esos muchachitos que se desplazan en máquinas de miedo, último modelo y con 'chopos' ultraespeciales, mejor que el arsenal oficial. Pasado, no se asusten, las chachas, la tortura, los semillazos y la muerte puede que sean generados por degenerados 'preventivos' que manchan con la bajeza del fango el pundonor del uniforme policial.
No se asuste: así está de trocada la moral en esta Honduras. Por ello, nadie respeta a la Policía: se le tiene temor. No es la primera vez que se prestan para lo peor. Que hay policías honrados, lo hay; pero tiene más peso el negativo desmadre de los picaritos.