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Otro llamado al diálogo

  • Actualizado: 02 marzo 2016 /

    El presidente Hernández ha convocado de nuevo al diálogo a los dirigentes de los partidos políticos. Se supone que en esta ocasión los temas que se pondrán sobre el tapete son aquellos que están relacionados con posibles reformas a la Ley Electoral, esto como preparación para el año 2017, un año político a más no poder, pero para el que hace falta llegar a unos acuerdos básicos.

    Todo llamado al diálogo es positivo e importante. Los hondureños, de 2009 para acá, hemos vivido de confrontación en confrontación, sospechando los unos de los otros, siendo testigos de una fractura social como nunca antes habíamos visto y, según parece hasta ahora, con pocas posibilidades de que se dé una auténtica reconciliación.

    Un antiguo refrán señala que “hablando se entiende la gente”. Y es cierto. Muchos malentendidos se aclaran cuando escuchamos las razones del otro, muchos enredos se descomplican cuando tratamos de comprender y entender a nuestro interlocutor.

    La dificultad surge cuando vamos al diálogo con un discurso prefabricado y nos dedicamos a tratar de convencer al otro de que nuestra postura es la óptima y que la única solución a una problemática es la que nosotros pensamos viable. No hay cosa peor que un “diálogo de sordos”, en el que no se escucha más que la propia voz y en el que, además, creemos que se nos ha dado la razón y, por lo mismo, nos envalentonamos para imponer nuestros criterios.

    El diálogo verdadero lleva a ceder, a conceder, a cambiar una manera de pensar, a reconocer que no tenemos toda la razón, que es lo mismo que aceptar que estamos equivocados en algunos asuntos. Por lo mismo el diálogo requiere de gente no solo inteligente sino con apertura mental y con la grandeza de la humildad, ese valor que los políticos a veces parecen desconocer e ignorar. Lo bueno es que cada vez que se habla de diálogo se enciende de nuevo el fuego de la esperanza. La esperanza de que prive el interés del país por encima del de los partidos y los individuos; la esperanza de que nadie se atrinchere en sus aspiraciones o terquedades políticas; la esperanza de que el sentido común prevalezca y nadie se aventure a embarcarse en proyectos que puedan producir mayor conflictividad social que nos lleven a situaciones que lamentaríamos después.

    Pero no es bueno prejuzgar. Las lecciones que la historia nacional nos ha brindado en los últimos años deben aprenderse; ignorarlas sería llevar al país por un derrotero equivocado. Dios quiera que la sensatez se imponga y el diálogo rinda los frutos que todos queremos: desarrollo, paz y verdadera democracia.