Las desgracias en casa del pobre, dice el refrán, nunca vienen solas y quizás por ello, en invierno, con las lluvias las inundaciones y los deslizamientos atentan contra la vida de las personas asentadas en zonas vulnerables y destruyen los cultivos; el verano, con calendario fijo hace años, disminuye notablemente la disponibilidad de agua para consumo humano y para el riego. A ello habrá que sumar la crisis energética derivada de la deficiente producción y del alto consumo.
Sobre esto último que es el problema, incrementado en la temporada, las explicaciones se han convertido ya en palabras huecas, pues las deficiencias son manifiestas y la pérdida de credibilidad es tan notoria que todo aquello de mantenimiento en las líneas suena a falacia para encubrir los apagones que, grandes o de horas, como dicen en el pueblo, se extienden por todo el país.
Y no será de otra manera si no se logra reducir las pérdidas a un nivel manejable no solo en el aspecto técnico por deficiencias en las líneas de transmisión sino también por robo, cada vez más difícil de combatir en niveles altos y en aquellos lugares en los que la delincuencia impone sus condiciones. A estas causas endémicas hay que sumar las que se vienen produciendo, en cascada creciente, en los últimos años por efectos del cambio climático que llegó para quedarse con daños cada vez más perniciosos para la economía del país y para la vida cotidiana de los hondureños. Las gráficas de los embalses y los racionamientos en el servicio a la espera, otro año más, que se inicie la temporada de lluvia con su ciclo cada vez más irregular, son evidencia irrefutables.
“Aquí hemos pasado hasta cinco días sin energía y esto es devastador para el sector turístico, comercial y un problema para todos”, se queja el alcalde de La Esperanza, quien hace referencia a la situación en todo el departamento de Intibucá, cuyos 17 municipios no quieren saber más de apagones por lo que demandan la instalación de una subestación como solución. En la capital industrial los apagones se extienden a miles de hogares, centros de trabajo, escuelas y hospitales. Cara, pero que no falte, era el lema de la época de oscuridad en los noventa, casi 30 años después lo primero sigue vigente; los racionamientos, calificados de cortes se disimulan en apagones necesarios para el mantenimiento de las líneas, otro eufemismo, en lugar de dar a conocer la incapacidad de la empresa para proporcionar el servicio y no causar tantos daños a los abonados. Los reclamos habrá que hacerlos al cambio climático o a las fuentes de energía limpia, solar y eólica, más caras que las tradicionales por el moderno equipo y por la importación de sol y aire, como materia prima. De otra manera no hay explicación.