Iniciando la transición de la niñez a la adultez, los jóvenes estudiantes Luis Eduardo Cardona Miranda y Brayan Josué Núñez Pineda (17 años ambos) fueron encontrados muertos en un basurero de la colonia La Pradera, en tanto el tercero, Adony Medina (16), se debate entre la vida y la muerte.
Los tres se dirigían a visitar a un compañero de aula para realizar en equipo tareas extracurriculares de carácter obligatorio. Se supone que antes de llegar a su destino o bien al iniciar el retorno a sus respectivos hogares fueron secuestrados e inmolados.
La conclusión a que ha llegado el presidente del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras (Codeh), Hugo Maldonado, es válida al afirmar: “Hay sectores en San Pedro Sula donde simplemente no se puede ingresar sin poner la vida en peligro”. Evocamos lo ocurrido años atrás al joven futbolista Milton Chocolate Flores, quien sufrió igual desenlace que el ocurrido el pasado viernes.
Las circunstancias en que fueron perpetrados tales crímenes indica que todo aquel que ingresa a determinadas zonas marginales de centros urbanos sin residir en ellas es visto por las maras, que controlan la vida cotidiana de sus pobladores, como espías pertenecientes a bandas rivales, por lo tanto es necesario eliminarlos.
Escalofriante y brutal deducción, que ha conducido al martirologio de personas inocentes que se han adentrado en barrios “calientes”, territorios exclusivos de pandillas juveniles y adultas que utilizan la violencia extrema para imponer su voluntad, a la vez dedicándose a actividades económicas ilícitas para generar fondos, desde la extorsión hasta el narcomenudeo.
Y aquellos miembros que son arrestados y enviados a centros penitenciarios continúan activos en operaciones criminales, en comunicación con los que permanecen en libertad. Su encarcelamiento no impide proseguir delinquiendo impunemente.
Sangre derramada de dos promesas en la flor de su juventud, enlutando a sus familiares y amistades. Y el saldo trágico no solo continúa, se incrementa aceleradamente tanto en zonas citadinas como rurales, con lo que el “salario del miedo” prosigue imparable, sin visos de encontrar claridad al final del sombrío túnel en que estamos inmersos de día y de noche, expuestos a arteros ataques aún dentro del seno de nuestras viviendas.
Dos asesinatos que no deben quedar impunes, como muchos más han quedado a lo largo de los años.