Autocrítica partidaria

La percepción colectiva es correcta: tanto los anteriores Gobiernos como el presente han sido y son incapaces de ofrecer soluciones concretas a temáticas puntuales, que requieren de capacidad.

A las puertas de las elecciones primarias y las generales es oportuno y necesario, desde ahora, que la ciudadanía realice un análisis tanto retrospectivo como actualizado respecto al papel de los distintos partidos políticos, tanto tradicionales como emergentes, respecto a la acelerada erosión de nuestro incipiente sistema democrático.

Este año es oportuno para tal examen, habida cuenta que estamos ya en el primer cuarto del siglo XXI, período durante el cual es evidente que hemos sufrido retrocesos tanto en el aprendizaje democrático, en las condiciones de vida de la población, en creciente desigualdad socioeconómica, en la calidad de vida de las mayorías, en el desencanto con el sistema, con corrupción institucionalizada arropada por la impunidad, factores que se han ido acumulando sin que las dirigencias partidarias traten de rectificar sus conductas cuando han ejercido el poder de la nación hondureña. Si el derrocamiento del exgobernante Manuel Zelaya Rosales fue una reacción interinstitucional, respaldada por amplios sectores ciudadanos, para impedir el continuismo presidencial disfrazado de “cuarta urna”, los Gobiernos que le sucedieron persistieron en el tradicionalismo cimentado en la percepción del poder como botín a ser repartido entre los vencedores, como si todo prosiguiera bajo condiciones de más de lo mismo.

Como si nada hubiera ocurrido, culminando con 2009, se retornó a una “normalidad” que significó elevadas cuotas de cohecho, saqueo de fondos públicos, sobre todo durante y después de 2019, cuando la pandemia del covid llegó a nuestro país, degenerando la democracia en cleptocracia, en crecientes alianzas de mutuo provecho con el narcotráfico y crimen organizado, en colapso institucional, con ruptura del equilibrio entre los tres poderes estatales. Como reacción, en los comicios de 2021, los partidos Nacional y Liberal recibieron el voto de castigo del electorado, cifrando sus esperanzas de cambios significativos en el nuevo régimen encabezado por Xiomara Castro. Vana ilusión, doloroso desengaño, frustraciones y desencantos con la actual administración. La historia se repite, agravada hoy con la profundización de la crisis económica estructural, la gobernabilidad, mayores niveles de polarización ideológica política, crecimiento de la pobreza y miseria, violencia y desempleo, más compatriotas abandonando su patria en búsqueda de oportunidades laborales y paz, inexistentes en el hogar común. La percepción colectiva es correcta: tanto los anteriores Gobiernos como el presente han sido y son incapaces de ofrecer soluciones concretas a temáticas puntuales, que requieren de capacidad ejecutiva, honestidad total, exenta de conductas demagógicas y oportunistas. Este es el tiempo de las autocríticas sinceras, profundas, con decisión de rectificar políticas y tendencias que nos han conducido a un callejón sin salida, a una “segunda década perdida”.

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