Y llega Navidad

En medio de la incertidumbre política y el desgaste social, Honduras llega a la Navidad marcada por la tensión electoral, mientras la fe y la esperanza resurgen como un llamado a no perder la paz ni el futuro del país.

Los hondureños llegan a esta Navidad con el corazón inquieto. No por falta de luces o villancicos, sino por un clima político enrarecido que ha sembrado incertidumbre, sospecha y cansancio. Resultados electorales inconclusos, acusaciones cruzadas y discursos incendiarios han vuelto a evidenciar una clase política que, con frecuencia, parece más preocupada por su parcela de poder que por el bien real del pueblo.

En medio de todo eso, la gente sencilla, la que madruga, trabaja, reza y espera, vuelve a preguntarse si esta tierra tiene futuro o si estamos condenados a repetir el mismo ciclo de frustración.

Y, sin embargo, llega Navidad. No como evasión, sino como provocación espiritual. Porque la Navidad cristiana no es un adorno sentimental para olvidar la realidad, sino una forma radical de mirarla de frente.

Dios no esperó a que el mundo estuviera en orden para hacerse presente. No pidió estabilidad política ni consensos institucionales. Nació cuando el Imperio romano censaba, controlaba y desplazaba a los más vulnerables; cuando una pareja pobre no encontraba posada; cuando la historia parecía escrita por otros. Y ahí, precisamente ahí, Dios decidió entrar.

El ángel no anunció a los pastores soluciones técnicas ni reformas estructurales. Dijo algo más profundo: “No tengan miedo... hoy les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). No un estratega ni un caudillo, sino un Salvador.

La fe cristiana comienza recordándonos que la salvación no viene del poder terrenal, sino de Dios. Por eso, cuando la política se absolutiza, decepciona; cuando se la pone en su justo lugar, sirve.

San Pablo lo expresó con claridad: “La esperanza no defrauda” (Rm 5,5). Pero conviene precisarlo: no defrauda cuando no se la coloca donde no debe estar. Si la esperanza se deposita en un partido, en una figura o en una victoria humana, tarde o temprano se rompe. Si se ancla en Cristo resiste incluso cuando todo alrededor parece tambalearse.

La esperanza cristiana no es ingenuidad, es una forma de resistencia interior que nos dona paz en medio del conflicto. El papa León nos recordó en su primer saludo al mundo que esta paz es una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente”.

Esta es la paz que deseamos todos, desarmada, porque no se impone con la fuerza, ni empuña armas, sino que se propone desde el diálogo y el respeto de cada uno. Y una paz desarmante porque no alza muros ni cierra puertas, sino que construye puentes y abre caminos.

Conviene decirlo sin rodeos: ningún político va a redimir a Honduras.

Ningún proyecto humano merece ser tratado como si fuera el Reino de Dios, arriesgando por él la vida.

Cuando se confunde política con salvación, se termina perdiendo el alma en el camino. La política es importante y puede ser una forma alta de caridad cuando busca el bien común, pero no es Dios.

Esta Navidad nos pide algo exigente: no perder la paz interior, aunque la realidad esté tensa. No caer en el cinismo ni en la desesperanza. “Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5,9), dice el Señor Jesús.

Tal vez esta sea una Navidad menos eufórica y más verdadera. Honduras necesita justicia, pero sobre todo esperanza. Y esa esperanza no se negocia, no se compra ni se manipula: nace en un pesebre y se sostiene en la fe.

Cuando el ruido político ensordece y la ambición ocupa el centro, Dios vuelve a hablar desde lo pequeño y lo frágil. Si los gobernantes se olvidan del pueblo, Dios vuelve a caminar con él.

Y mientras Cristo siga naciendo en la intemperie de nuestra historia, Honduras no ha perdido su futuro.

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