El gobierno debe ponerse serio en la tarea de respaldar a los emprendedores de Honduras.
No se trata de discursos vacíos ni de planes anunciados con bombos y platillos que nunca pasan del papel. Hablamos de acciones concretas que acaben con la maraña burocrática y abran puertas para quienes se atreven a invertir, innovar y arriesgarlo todo. Basta con ver cómo en otros países los programas estatales bien diseñados han creado ecosistemas donde florecen las ideas, se generan empleos de calidad y se potencia el crecimiento económico.
Es irracional que en un país con tanta necesidad de empleo y desarrollo se pongan tantas trabas a las iniciativas que podrían generar soluciones. El panorama es aún más crítico cuando miramos hacia afuera.
¿Cómo esperamos atraer inversión extranjera si ni siquiera facilitamos que nuestros propios ciudadanos abran una empresa en condiciones competitivas?
En el ranking Doing Business (cuando aún se publicaba), Honduras aparecía sistemáticamente rezagada en los indicadores de apertura de negocios. Esto, para el inversionista internacional, se traduce en un mensaje claro: aquí todo es más difícil de lo que debería ser.
Y luego están los jóvenes. Miles se van cada año, no solo por falta de empleo, sino por falta de oportunidades para crear el suyo. Jóvenes con talento, con ideas, con deseos de emprender y transformar, que se ven forzados a migrar porque no encuentran respaldo ni condiciones mínimas.
Cada uno que se va representa una pérdida de capital humano, de energía creativa y de posible innovación para el país.
El costo de no hacer nada es inmenso. No solo en términos económicos, sino sociales. Mantener la burocracia intacta, ignorar a quienes emprenden y relegar la innovación a discursos vacíos nos está saliendo caro.
Honduras no puede seguir pagando el precio de la indiferencia. O apostamos por crear un entorno fértil para el emprendimiento, o seguiremos condenando al país al estancamiento y a la fuga de su talento más valioso.