25/04/2024
06:05 PM

“Todo es para bien”

Henry Asterio Rodríguez

“Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio.” (Rom 8,28). Estas palabras de San Pablo son una luz de esperanza, tanto en la relectura como en la planificación de la propia vida, nos ayudan a desentrañar el sentido último de cada acontecimiento vivido y por vivir. Y es que lo vivido no queda en el “pasado”, sino que debe ser “asumido” y “potenciado”, pues todo tiene un porqué, y sobre todo un para qué, es decir un propósito.

De esta manera se posibilita una nueva y mayor consumación, un crecimiento personal más expansivo e intensivo, capacitándonos para dar un paso siempre hacia adelante. Ninguna etapa de la existencia humana es perfecta, pues ninguna vida es ideal.

Toda experiencia vital tiene sus luces y sus sombras, sus posibilidades y limitaciones. De aquí que buscar la vida perfecta, desde ilusiones inalcanzables, sea una empresa inútil.

Como inútil es también el otro extremo, el de sobrevivir o subsistir con ideas pesimistas, dejándonos derrotar en lugar de optar por luchar y encontrar la vida, que nos sea posible vivir plenamente, desde aquello que poseemos y contamos.

Porque las dificultades y sin sabores no invalidan nuestra capacidad de luchar por la meta más sublime, que es llegar a alcanzar la estatura de Cristo, modelo del hombre perfecto (Cfr. Ef 4,13). Hagamos continuamente un brindis, con y por la vida que nos ha tocado vivir y celebrémosla, agradeciendo todo lo que hemos vivido, incluso las cosas, que no hemos elegido, pero en las que Dios ha obrado, aunque sea de forma velada.

Agradecer todo, en todo y siempre, es ser consciente que lo recibido y vivido ha sido y es un don del amor de Dios, hasta el sufrimiento, que se vuelve pedagogía divina. San Josemaría Escrivá de Balaguer decía: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. — Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. —Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.

(...) Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es El Señor que está junto a nosotros y en los cielos” (Camino, n. 267).