La superficie global de nuestro planeta es de 510.1 millones de km². De estos solo el 29.2%; es decir, 148.9 millones de km², corresponden a tierra firme, y solo el 43% es habitable, aproximadamente 64 millones de km².
La población mundial al 2024 era de 8,090 millones de personas. Si existiera una distribución equitativa de la tierra firme disponible, a cada persona (no familias) le tocaría, en promedio, aproximadamente 7,901 metros cuadrados de tierra habitable. Eso equivale a un cuadrado de aproximadamente 89 metros por lado. Aún hay espacio, pero ya no es un planeta amigable.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, ante la crisis de refugiados que siguió, la ONU en 1950 creó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) con el objetivo de ayudar a los millones de personas desplazadas en Europa, y aún hoy continúa velando por inmigrantes y refugiados globalmente.
Alrededor de 304 millones de personas viven fuera de su país de nacimiento, inmigrantes y refugiados (según estimaciones de la ONU actualizadas hasta 2024), lo que representa aproximadamente el 3.6% de la población mundial. Las razones para que las personas busquen sus 89 metros cuadrados en otros países son varias: económicas, guerras, políticas, desastres naturales y familiares. El país con mayor número de inmigrantes es EUA: 51 millones.
Son el resultado de los pésimos gobiernos de sus países de origen. No les han brindado las condiciones para desarrollar vidas decentes y seguras. Cada uno que se marcha es un problema menos. Se lavan las manos.
Representan la mayor catástrofe natural planetaria. Representan la inequidad existente. Y lo más desalentador es que ya no son bien recibidos donde vayan. Son rechazados.
La mayoría cuando llegan desarrollan sus formas de vida, sus culturas, costumbres, que no son del agrado de los locales. Eso genera disgusto y desprecio, exacerbando los sentimientos nacionalistas y la xenofobia. Pero es que son demasiados, han colmado paciencias, han invadido países. El turismo inclusive ya está generando incomodidades.
Hay un choque sociocultural entre los que están y los que llegan. Derechos enfrentados, mezquindades irreconciliables, pero nada justifica pisotear dignidades. Las calamidades y la miseria de otros no deben generar odio, sino un llamado a la compasión.
Indudablemente no puedes llegar a una casa ajena y querer imponer tus reglas. No hay derecho en eso.
Y el derecho, cuando no asiste la razón, se vuelve abuso.