Los desagradables acontecimientos de la semana pasada en el seno del Congreso Nacional han sido bochornosos y han puesto en evidencia la incapacidad de los protagonistas para debatir civilizadamente con argumentos y tolerancia.
Haber llamado a los simpatizantes de un partido político para ocupar el parlamento y organizar una manifestación que interrumpió la sesión fue una acción irresponsable por cuanto dentro de ese recinto sólo está permitida la palabra a los diputados, no a manifestantes.
Se les pidió a los diputados de ese partido que colaboraran con el orden, solicitando a sus simpatizantes que salieran y permitieran desarrollar la sesión en forma ordenada, pero en vez de hacerlo se envalentonaron y con arengas y trilladas frases se negaron a obedecer y, siguiendo la ley de la selva donde los más fuertes se imponen por el principio natural de la misma fuerza, orillaron a los miembros de la junta directiva a tener que imponer el orden siguiendo el principio universal que “es licito repeler la fuerza con la fuerza”.
De tal forma que, cuando los simpatizantes y los diputados del partido en cuestión no obedecieron por las buenas, tuvo que imponerse por las malas.
Algo debemos aprender, y eso es el respeto, aquellos que no respetan se arriesgan a ser irrespetados por otra ley universal “Siempre que un objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, el segundo objeto ejerce una fuerza de igual magnitud y en dirección opuesta sobre el primero”, en otras palabras, “a cada acción siempre se opone una reacción igual”.
Aunque los diputados de ese partido político quieran cambiar todas las leyes, hay algunas, como la señalada, que es la tercera ley de Newton, físico y matemático inglés (1642-1727), que no se cambia con gritos de la morralla.
Hay algo en lo que los hondureños insensatos aun no han reparado, y es precisamente en que para que podamos vivir en armonía se debe respetar las leyes y, cuando tengamos que cambiarlas, debemos hacerlo en orden y para beneficio de todos. Marco Tulio Cicerón, político, jurista, filósofo, escritor y reconocido orador romano (106-42 a.c.) lo definió muy bien al señalar que “somos esclavos de las leyes para poder ser libres”.
De tal manera que todo ese desagradable comportamiento teatral del que hicieron gala los diputados de ese partido político no sólo fue irresponsable, si no también cobarde por utilizar a sus simpatizantes como escudo humano. Tan repudiable el melodramático desmayo de las diputadas, que nunca soltaron el celular de sus manos, como la agresión del diputado que lanzó gasolina al rostro de otro diputado. Esta conducta debe ser castigada conforme a ley. No se pueden tolerar más actos de provocación. El Congreso Nacional no es un mercado ni un potrero, y no importa si han sido electos por el pueblo, deben comportarse de acuerdo a la altura del cargo que ostentan. Si por su falta de educación no saben comportarse, entonces se les debe enseñar de una u otra forma, siempre dentro del marco de la ley. Y, si para imponer el orden es necesario el uso de la fuerza, pues que así sea.
