Pestes, plagas y más

Los pocos sobrevivientes que quedaron en San Pedro Celilac, como se llamaba en ese entonces, emigraron a la cercana comunidad de Tuliapa cargando lo que pudieron rescatar.

En su vida republicana, Honduras ha resistido una serie de pestes y plagas que se suman al eterno sufrimiento de sus habitantes causados por las malas administraciones gubernamentales (civiles y militares) y últimamente por el desorden político y la corrupción entronizada en las esferas del poder.

Para comenzar, sin orden cronológico, en 1905 se desató en San Pedro Sula la última epidemia de fiebre amarilla que diezmó a la población al cobrar muchas víctimas; entre ellas, la del abnegado médico Leonardo Martínez Valenzuela. El brote inició en Puerto Cortés y se diseminó por la costa norte, pero causó los mayores estragos en la ciudad fundada por don Pedro de Alvarado, en donde murieron tantos ciudadanos que muchos cadáveres eran transportados, amontonados, en un carretón hacia el cementerio. Nueve años después, una plaga de langostas o chapulines saltones invadió el valle de Sula. En su libro “Memorias de un sampedrano”, el extinto Gonzalo Luque, quien vivió el acontecimiento, relata que “eran tantas (las especies) que oscurecían el sol y quebraban con su peso las ramas de los árboles sobre los cuales se posaban en cantidades inmensurables”. Arrasaban con milpas, cultivos de frijoles y cuanta planta tuviera hojas dulces, lo que ocasionó una escasez de alimentos.

Nueva Celilac, en el departamento de Santa Bárbara, es conocida por su conjunto de músicos caramberos, pero también porque a finales del siglo XIX su población fue arrasada por la más grande peste del cólera que haya abatido al país, cuando la comarca se encontraba asentada en las riberas del río Jicatuyo. Los pobladores caían uno tras otro, pues seguían tomando agua del río por no saber que transportaba el cólera morbus, que les provocaba fuertes vómitos y diarreas hasta terminar con sus vidas.

Los pocos sobrevivientes que quedaron en San Pedro Celilac, como se llamaba en ese entonces, emigraron a la cercana comunidad de Tuliapa cargando lo que pudieron rescatar. Tuliapa es lo que ahora se conoce como Nuevo Celilac, una comunidad que guarda las tradiciones indígenas como uno de los tesoros rescatados después de la tragedia.

El último latigazo virulento fue la pandemia del covid-19, que nos obligó a encerrarnos y tapar nuestras sonrisas para no contagiarnos con el espectro de la muerte que se paseaba agresivo por las calles. Mientras tanto, un grupo de valientes se batía en los hospitales con el virus, que a muchos de los doctores les ganó la batalla.

Estos males terribles han desaparecido, pero hay una plaga que persiste. La de los políticos inescrupulosos, capaces de detener el cronograma del Consejo Nacional Electoral (CNE) interpretando las leyes a su conveniencia, en vez de interpretar el deseo unánime de los electores de ir a elecciones limpias.

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