Los hondureños estamos sumergidos en una crisis de valores que alcanza a todas las capas de la sociedad. Uno de los signos de esa crisis es que hemos perdido el amor por nuestra vida y la de nuestros conciudadanos. Los motoristas conducen violando permanentemente las normas del tránsito, pero los motociclistas han llegado a extremos tales que diariamente mueren muchos y atosigan las emergencias de los hospitales públicos, que se ven impelidos a atender prioritariamente a los accidentados y dejar en espera a quienes tienen asignados sus fechas de cirugía tras varios días o meses de espera. Además, cualquier desavenencia -incluidos conflictos familiares y entre personas desconocidas o amigas- se salda con ataques mortales que nos ilustran el nivel de violencia que ha saturado nuestra sociedad. Los ladrones de la calle matan por un celular y en los buses del transporte urbano ocurre lo mismo.
Y, para poner el acento a esta situación, estamos tomados por el narcotráfico y el consumo de drogas por nuestros jóvenes y por el alcoholismo sin freno.
Mi experiencia como médico y exprofesor en la Facultad de Ciencias Médicas en la Unah me ha llevado a la conclusión de que esta conducta es heredada, pero a esta situación contribuye la ineficiencia con que responden las autoridades a los resultados fatídicos de la violencia y a la casi nula visión hacia la prevención de las autoridades del Estado. A sabiendas del peligro al que se exponen los pasajeros en los buses, en ellos no hay instaladas medidas de seguridad, los policías de tránsito no se les ve por ninguna parte y el Gobierno no ha tenido la capacidad de ir a la modernidad en este asunto con la instalación de cámaras que vigilen las carreteras y que sorprendan a quienes viajan a exceso de velocidad -sobre todo los mismos carros de la Policía y de los personeros de Gobierno que, actualmente, contraviniendo la ley, se conducen en carros protegidos por blindajes y patrullas y a velocidades excesivas. La destrucción de los muros de seguridad, de las señales verticales en las carreteras ocurre a diario. Ningún hechor de estas fechorías paga por ellas. El alcalde de Tegucigalpa instaló unos tubos decorativos para separar la calle recién restaurada en áreas para los vehículos de las de los peatones. Pues esos tubos han desaparecido casi totalmente, y ahora, sin freno, los buses y taxis hacen lo que les viene en gana porque no hay nadie que los ataje y los ponga en chirona. Lo mismo pasó en La Esperanza, el mismo día en que inauguraron las calles con sus tubos de concreto, realizados con la cooperación española, comenzó la destrucción. ¿Qué autoridad moral podrán tener los esperanzanos para solicitar nuevas ayudas?
En las nuevas carreteras realizadas por el Gobierno no hay vigilancia de tránsito y los conductores conducen como almas perseguidas por el diablo.
Yo sugiero algunas medidas, aunque sé que caerán seguramente en saco roto. Todas están en la ley. Prohibir a los policías el uso de teléfonos personales durante su trabajo. Se les debe dotar de un teléfono oficial. Esta prohibición debe extenderse a todos los empleados públicos y de la empresa privada mientras están en su trabajo. Así es en otros países. Colocar cámaras móviles en las carreteras para controlar la velocidad permitida en los diferentes tramos de la carretera. Señalizar las calles y las carreteras y hacer respetarlas a peatones y conductores, sobre todo los pasos peatonales, y fijar en 40 km la velocidad máxima en los centros urbanos y a 20 frente a los hospitales y centros educativos. Pero hacer que se cumpla. Contratar más policías de tránsito y hacer que cumplan con la revisión de los autos y multar a los conductores que llevan autos sin luces, sin frenos, con cargas excesivas, con cargas voluminosas que les impiden ver a través de los retrovisores. Poner alto a las violaciones permanentes que cometen los motociclistas. Crear un seguro obligatorio para todos los autos que circulan en el país y cobrar a los responsables de los accidentes de tránsito los gastos en que incurren los establecimientos de salud del Estado de acuerdo con la sentencia que declara quién es el culpable.
En otras palabras, que la Policía cumpla y haga cumplir la ley. Esto solo para empezar a que vivamos respetándonos unos a otros.
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