Imaginen que en el periodo de un año se estrella un avión cada día con más de 200 pasajeros a bordo. Esta es la dramática cifra de personas que mueren a diario en Estados Unidos por sobredosis de fentanilo, un opioide sintético que provocó 73,798 fallecimientos en 2022, o más que el número total de soldados estadounidenses caídos en los diez años que duró la guerra de Vietnam. La tragedia alcanza cotas de crisis humanitaria, va en aumento y tiene distintos responsables. Parte de la responsabilidad apunta al régimen comunista chino.
¿Por qué China es señalada en esta crisis? ¿Acaso quiere quebrar a su mayor rival geopolítico desde dentro? Aunque la Administración Biden finja desconocer el alcance de una reciente investigación del Congreso que reveló que China “está subsidiando directamente la producción de precursores del fentanilo para su venta en el extranjero”, expertos en la materia apuntan que el país asiático condiciona su colaboración en la lucha antinarcóticos a la coyuntura geopolítica y diplomática del momento. Cuando la relación bilateral con EE.UU. entra en crisis, la cooperación se frena.
Fue el caso con la visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, en 2022. El régimen de Xi Jinping lo vio como un desafío al status quo en el Estrecho de Taiwán y decidió poner fin a sus acuerdos antidrogas con Washington. Llama la atención, y cuestiona su rol como una potencia internacional responsable, que Pekín vincule su cooperación en un asunto humanitario a su agenda geopolítica. Con cada represalia china se fomenta la aparición de nuevos “zombies” en las calles de EE.UU. y Canadá.
¿Juega China algún papel en este negocio de la muerte que termina en las jeringas de miles de adictos? De entrada, parece obvio que Pekín no muestra toda la firmeza que sería precisa para luchar contra las redes criminales que exportan los precursores del fentanilo, es decir, los productos químicos intermedios que se utilizan para la fabricación del opioide. En el mundo occidental, estos precursores se consideran sustancias controladas y no se pueden comercializar sin autorización expresa de las autoridades, para evitar el tráfico ilegal de uso no médico.
Según estimaciones del Departamento de Estado de EE.UU., en el año 2014 había en el país asiático unas 160,000 empresas químicas que operaban tanto legal como ilegalmente. En la llamada web oscura abunda la venta de precursores desde China. Por ejemplo, la organización InSight Crime logró comunicarse con varios vendedores; algunos explicaron los métodos para hacer envíos a México y a otros países sin hacerse responsables si el material quedaba incautado. Otros dieron instrucciones sobre cómo fabricar fentanilo para, con ello, completar esta “ruta de la seda sintética”, como se titula en la investigación.
Claramente, resulta imposible que algo así pueda pasar desapercibido para el régimen chino. En el gigante asiático hay más de 500 millones de cámaras, sin mencionar otras formas de control incluido el gran cortafuegos de Internet. Con semejante seguridad, no es realista que algo de tal magnitud y efectos se escape al control de las autoridades. En noviembre de 2023 Biden y Xi Jinping acordaron reactivar la lucha contra el narcotráfico, lo que llevó a que se pausara el comercio de precursores. Sin embargo, al poco tiempo los vendedores retomaron su negocio sin mayores obstáculos.
Según Vanda Felbab-Brown, experta en redes criminales internacionales, la cúpula comunista china “rara vez actúa contra las altas esferas de grandes y poderosos sindicatos criminales chinos, a menos que contradigan específicamente los intereses del gobierno chino”. Estos grupos criminales “cultivan capital político con las autoridades y funcionarios gubernamentales en el extranjero promoviendo también los intereses políticos, estratégicos y económicos de China”.
En consecuencia, este negocio multimillonario no sólo sigue en pleno funcionamiento, sino que –además– se ha detectado que el dinero negro que obtienen los carteles mexicanos por la venta de fentanilo (y otras drogas) se blanquea a través de las estructuras del sistema bancario clandestino chino (underground banks, en inglés). De este modo, el dinero en efectivo no cruza fronteras, complicando la lucha contra este tráfico ilegal. Y haciendo imparable el negocio.
China es así el punto de partida y México la vía para la proliferación del fentanilo. Ya que Pekín podría hacer mucho más, es inevitable hacer la conexión de la actual crisis con la guerra del Opio entre China y el imperio británico. Sociedades enteras se volvieron adictas. El Imperio Qing, al querer restringir su importación, entró en un conflicto armado que perdió y por el que terminó cediendo Hong Kong, abriendo puertos para que entrara “la influencia occidental” y pagando una enorme indemnización. Es una herida aún abierta.
No sería justo asegurar que la crisis del fentanilo resulta conveniente para Xi Jinping. Pero se enmarca perfectamente en el concepto de guerra asimétrica que, en esencia, implica la saturación de los recursos del enemigo para quebrarlo desde dentro. China, la segunda potencia económica mundial, busca desplazar a EE.UU. para sentar las bases de un “mundo multipolar” no necesariamente más multilateral pero sí más favorable a sus intereses. Una crisis de salud pública que fracture a su principal rival geopolítico encajaría sin duda en esta estrategia. Si no es el caso, cabe preguntarse: ¿por qué no toma Xi Jinping cartas en el asunto?