Hay que reconstruir al hondureño. Necesitamos hacer una remoción categorial en la colectividad para desarrollar un sentimiento de identidad, reforzar una nueva escala de valores, replanteándonos fórmulas nuevas de comportamiento, no solo para prever desastres y reacciones del agredido medio ambiente, sino para fortalecer el carácter del hondureño, a fin de que pasemos del lamento y el victimismo a un carácter acerado en que, cuando tengamos que llorar, evitemos que los extraños nos vean en tales extremos de debilidad.
Para ello hay que revisar el sistema educativo que se ha privatizado: una parte en donde los que pagan porque quieren lo mejor ponen a sus hijos en instituciones privadas; mientras los pobres, llamados a seguirlo siendo, porque la pobreza se “hereda” de padres a hijos y se fosiliza en los mensajes pétreos de los educadores, pastores y orientadores intelectuales. Los primeros serán los dirigentes; los segundos, la carne de cañón para las futuras revueltas callejeras o en las guerras civiles.
En fin, volver al aula un espacio democrático en donde los maestros aparquen la amargura y posterguen la instrumentalización de la juventud, transformándose en animadores para que los alumnos se preparen para el ejercicio democrático, la práctica de la libertad y el ejercicio constante de la criticidad. Para ello hay que revisar y reducir los contenidos, devolverle a la educación cívica su carácter original, que en vez de obedientes servidores de los caudillos nos dé ciudadanos responsables, cultos y curiosos, con ánimos para buscar la belleza, la verdad y lo mejor. En fin, necesitamos nacionalizar la escuela, los colegios y las universidades públicas, eliminando la norteamericanización que se ha producido en los métodos de enseñanza a cambio de un plato de lentejas.
Asimismo, necesitamos animar la formación de un capitalismo con sensibilidad social a partir de cambios en las universidades, que dejen de producir empleados públicos y nos den empresarios potenciales que nos permitan una burguesía nacional que busque, cree y distribuya riqueza por medio de empleos justamente remunerados, impuestos para sostener el sistema público y productos para competir, con suficiente valor agregado, en los mercados internacionales.
Y forjar una nueva clase política –dirigentes y ciudadanos electores– en la fragua de los valores democráticos, en el respeto a la ley, en la subordinación a la voluntad popular, al rechazo de la instrumentalización y a la compra de voluntades mediante el regalo de bienes con dineros públicos. Necesitamos reconstruir al país materialmente; pero para que sea duradera y nos permita evitar los daños de las irregularidades climáticas o humanas es necesario reformar al hondureño para que, en el ejercicio de la libertad, reconstruya al gobierno, colocándolo al servicio del bien común. Entendiendo que con el liderazgo que contamos actualmente, en la dirección de los partidos, en la conducción del gobierno, no iremos a ninguna parte. Lo más que puede ocurrir es que sigamos patinando sobre el lodo de las inundaciones, lamentándonos de nuestras desgracias, con un gobierno que nos trata como votantes, irrespetándonos como ciudadanos y representantes de la soberanía popular.