12/06/2025
01:25 PM

Fray ejemplo…

Escribí la semana pasada que los padres tenemos la obligación de ponerle norte a la vida de nuestros hijos, que nadie nos hará la faena si nosotros mismos no reconocemos que esa es responsabilidad nuestra y que no hay otro ente social que pueda participar en su formación con la misma eficacia e idéntica eficiencia.

Roger Martínez

Escribí la semana pasada que los padres tenemos la obligación de ponerle norte a la vida de nuestros hijos, que nadie nos hará la faena si nosotros mismos no reconocemos que esa es responsabilidad nuestra y que no hay otro ente social que pueda participar en su formación con la misma eficacia e idéntica eficiencia.


El problema ahora es el cómo. ¿Cómo trasmitir valores a los hijos en un clima tan adverso, en un ambiente en el que, claramente, el plomo flota y el corcho se hunde, en el que tantos canallas se dan la gran vida mientras muchísimos honrados se las ven a palitos para llegar a fin de mes? ¿Qué podemos hacer los padres para que la promoción de la frivolidad, del vicio, del facilismo, de la sensualidad y la pereza no calen en nuestros muchachos y muchachas en proceso de crecimiento y maduración?


Mucho se puede hacer, pero, antes que cualquier otro, el más importante recurso, y el que más tenemos a la mano, aunque no sea el más fácil y cómodo, es, definitivamente, el ejemplo, por eso es que un antiguo refrán castellano enseña que “fray ejemplo es el mejor predicador”.

Y aunque ningún padre o madre de familia puede dar lecciones de perfección a sus hijos, sí puede, con sus hechos, sobre todo con su lucha por ser un hombre o una mujer honrados, mostrarles el camino hacia la excelencia personal, hacia la virtud, hacia la integridad ética.


He dicho que no es una método fácil y cómodo porque nos obligará a mantener nuestra propia batalla en contra de los vicios, grandes o pequeños, que sin descanso nos acechan día y noche.


Porque no podemos pedir a un hijo que se mantenga ocupado y que no le dé oportunidad a la haraganería si nos ve todo el día tirados en un sofá, enganchados a todas las ligas o a las series infinitas; porque no podemos pedir a una hija que sea sincera y respetuosa con los demás si, con frecuencia, nos escucha criticar a todo el mundo, familia de sangre y política incluidas, porque no podemos pedir a un hijo que haga lo que nosotros no hacemos.


Los gritos de tus hechos se escuchan más que el susurro de tus palabras, reza otro sabio adagio popular. Y en la educación familiar esto es más cierto que en ningún otro ámbito. Al final, la mejor educación moral que podremos dejar a nuestra prole será el testimonio esforzado de la lucha contra los propios defectos, la batalla por nuestra propia integridad. No existe otra ruta realmente transitable.